domingo, 8 de junio de 2014

EL VIEJO DE LOS LIBROS.


                   EL VIEJO DE LOS LIBROS                                                                
                                                                                                                                                          Cap 1


A la librería Morgades, se llega después de recorrer algunas callejuelas estrechas, apartadas del tráfico rodado, ahora estas calles son peatonales, eso hace, que la gente se regale, paseando por delante de pequeños comercios, que han cambiado de manos varias veces. Donde hace años atrás había una tienda de ultramarinos, hoy han montado una boutique de prendas de ropa de marca para jóvenes, y en lo que antes era una farmacia, hoy se ha instalado un bar.
Contrasentidos, que los años a golpe de progreso y consumismo imponen. Aunque hay excepciones a la regla, por ejemplo la tienda Botons, que como su nombre indica, vende botones de todo tipo, esta tienda se anuncia en Movierecord de los cines, de manera que no les debe ir mal, o por lo menos, resisten que dirían otros. Otros, resisten de puntillas, como quién dice, haciendo equilibrios sobre la economía actual, tal es la librería Morgades. Dos vitrinas exteriores de no más de un metro de ancho y dos de fondo, exponen los libros reclamo, estos son, una biblia ilustrada por Gustavo Doré, y una versión de lujo con lomos de oro de Don Quijote de la Mancha. Pero en el interior, dentro de una caja fuerte, a salvo de los ladrones, él vive en la trastienda, precisamente junto a la caja fuerte, no por nada en especial, es que no tiene más sitio, todo el espacio que debería sobrarle, está lleno de libros, unos sobre una mesa forrada de fieltro, allí es donde trabaja para encuadernar y rehacer los que están más estropeados.
Además, desde el interior, controla la puerta mediante un gran ventanal de cristal fijo, que hizo que le construyeran, junto con el tabique de madera machihembrada. En la caja fuerte, tiene cuatro incunables, sí, estos son para clientes especiales, no se venden así como así estos ejemplares. También tiene unos cuantos incunables impresos, se hicieron bien pocos de estos, unos y otros con tipos de letra distintos, romana, veneciana o itálica y cursiva.
Con su eterno guardapolvos gris, recibe a todo aquel que le pregunta por determinado libro, sabe donde están todos, de cualquier edición, de cualquier año, el mismo libro escrito por diferentes autores, se lo conoce todo, ¿cómo no, es su tienda? Maestros y profesores, hasta catedráticos se han acercado a la tienda Morgades con el fin de encontrar lo que ya está absolutamente descatalogado, y que no encuentran por Internet. Saluda a todo el mundo con una leve inclinación de cabeza que no debe esforzarse por hacer, sus espaldas están ya tan gastadas, que poco le cuesta hacer ese saludo, es mejor que dar la mano, las tiene echas una pena.
Desde hace unas semanas, entra en la tienda hacia la tarde noche, un chico joven, rebusca entre los cientos de tomos que hay en los cajones a la altura de la cintura, de vez en cuando echa una ojeada a un libro, y se pone a pasar las páginas a una velocidad de vértigo.  “¿Le puedo ayudar en algo?”  “No gracias, solo miro”  De eso nada chico, a mí no me engañas –piensa Rosendo- tú lo que haces es leer los libros sin pagar, ese libro lo cogiste anteayer y te pusiste a leerlo.  “Esta edición es de tapa dura, pero lo tengo en libro de bolsillo que es más barato”  “No, no, déjelo”
Se da media vuelta, sigue con el trabajo de colocar con determinado esfuerzo, en un estante que ya no puede albergar más libros, un hatillo de ellos que le han llegado por encargo, todos son libros de Honoré de Balzac. Al principio de tener la tienda heredada de su padre, se preguntaba ha menudo, cómo podía ser que a la gente les gustaran determinados libros, con los años, ha aprendido que el mundo es muy diverso, egoísmos diversos, ambiciones diversas, sentimientos y emociones diversificadas, hasta casi no poder clasificarlas. Por esa razón, debe haber libros, para satisfacer todas estas inquietudes.

                                                                    Cap2

Narciso, su padre, siempre le había insistido, en el hecho, de que sería poco menos que imposible que pudiera vender libros, sin conocer su contenido. Por supuesto que no había leído todo lo que se almacenaba allí, pero sabía lo suficiente, como para poder recomendar determinado volumen. Esto en si mismo, significaba que Rosendo, era una fuente de sabiduría, una persona a la que acudir en caso de buscar información sobre determinado tema, desde el principio, ya destacaba en esto en la academia, le interesaba la filosofía, era su punto fuerte.
Cuando bajó de la escalera, siempre mirando hacia atrás para no caer, se dio cuenta de que el chico todavía estaba allí, apoyado de espaldas a una de las cajas de libros, miraba las hojas del libro y rápidamente volvía a la siguiente.  “¿De veras estás leyendo el libro?, jamás he visto a nadie leer de este modo, parece imposible”  “¿He, decía?”  “Que si es verdad que puedes leer con tanta rapidez”  “Ha, pues sí, señor, es que este libro engancha de verdad”  “¿Cuál es?”  “El inmoralista” de André Gide, es un buen libro”  “Existencialismo por lo que sé”  “Pues sí, solo he leído dos obras más de él aparte de esta, “Los alimentos terrestres” y “Viaje al Congo”  “Vaya, pues mira, vamos ha hacer una cosa, llévate este libro y léelo con tranquilidad en casa, cuando lo termines, te prestaré otro”  “¿Haría usted eso por mí?”  “Lo hago por cualquiera que ama la lectura como veo que la amas tú. Anda que voy a cerrar ya”
Fernando descuidó de dar las gracias, solo dio las buenas noches y se fue corriendo, se subió a una vieja bicicleta de calle y desapareció por la calle, entre la gente. Rosendo bajó la persiana metálica y se sonrió al verlo salir tan contento, estaba seguro que volvería a verlo, y pronto además, aquel chico tenía hambre, hambre de conocimiento, pero le faltaban los medios, él, al contrario, podía complacerlo en eso.
Se oyó la campanilla de muelle de la entrada de la puerta  “¡Buenas tardes señor Rosendo! ¿está usted ahí?”  “Pasa, pasa, ¿qué cuentas?”  “Ya lo he terminado, es muy bueno, hasta me ha dado tiempo de tomar algunas notas”  “Caramba chico, eres un máquina, ¡como me gustaría a mí, tener el tiempo que tú tienes para poder leer! siempre he leído, pero con este trabajo, aunque parezca mentira, no me da tiempo ni de atarme los cordones de los zapatos”  “No crea, yo no tengo mucho tiempo tampoco, estudio y ayudo a mi hermano mayor a montar telas de cuadros en bastidores de madera, tiene una pequeña tienda aquí cerca, le alquilaron una portería de escalera, y ahí se apaña para trabajar”  “¿Es un chico que cojea y lleva un carrito de dos ruedas?”  “Si señor, ¿lo conoce usted?”  “Solo de vista, lo he visto en ocasiones pasar por aquí delante, sorteando a los peatones con el carrito. ¿Tuvo algún accidente para que le quedara esta cojera?” Fernando baja la vista al suelo, de pronto muda la expresión de la cara, abre los ojos, apreta las mandíbulas, se le marcan los huesos en la cara, al cabo de unos instantes, habla alzando los ojos líquidos de lágrimas  “Es consecuencia de una paliza que le dio mi padre, le fracturó la pierna por dos sitios, se metió en medio de una pelea que tenía con mi madre. Ella no podía defenderse, es pequeñita y frágil, él en cambio, es un hombre de metro ochenta y cinco, ¡ya ve usted lo que podía hacer ella contra esa mole!, mi hermano quiso defenderla y recibió los palos él. Lo saqué de la habitación tirando de su brazo, casi no podía moverse, le rompió la nariz y algunos dientes a patadas… en fin, ya no quiero recordar más”
Rosendo se sintió un idiota al provocar aquel recuerdo en el muchacho, no pudo evitar poner una mano sobre su hombro y apretárselo en señal de comprensión, se dio media vuelta y los dos quedaron callados por unos momentos. Rosendo se sentó dentro de la trastienda, dejó caer los hombros, había sido un día duro para él, no entro apenas gente en la librería, pero se había sacado el “jornalillo” como decía en ocasiones, aunque para aquel fin de semana, esperaba una visita, que podía solucionar su maltrecha economía. Fernando, pausadamente, se puso a mirar entre los estantes de libros de historia, curioseaba, del lomo de determinados libros que parecían nuevos, colgaban unas cintas de color amarillo, le llamó la atención y preguntó a Rosendo que significaban  “Ha, estos libros llegaron aquí en muy mal estado, los he restaurado, he recosido las cuartillas, engomado y luego, les he puesto tapas nuevas, algunas son de cuero trabajadas con cincel, es todo un arte este, amigo mío”.
Sacó de entre los estantes, un libro de la historia de la ciudad de Barcelona, con grabados y fotos de casas, conductos que los romanos construyeron cuando Barcelona era Barcino, y muchas otras curiosidades  “¿Puedo pedirle prestado este libro señor Rosendo?”  El hombre, se puso las gafas casi a la altura de la punta de la nariz y alzó la vista  “Haber tráelo aquí” Fernando se lo acercó, el librero lo miró, entreabrió el libro y se lo devolvió  “Si me prometes que vas a cuidar de él, te lo regalo, es un muy buen libro de historia de nuestra ciudad, cuídalo y a ser posible, estúdialo, hay bien pocos que sepan lo que fue en la antigüedad, el lugar donde vivimos ahora”  “Para que diga usted eso, este libro debe ser algo excepcional”  “Lo es, créeme, yo tengo por ahí un par de ediciones más, te lo puedes quedar” No era cierto, ese libro era único, pero no le sabía mal desprenderse de él, sabiendo en que manos estaría.
“Le estoy inmensamente agradecido señor Rosendo, me siento alagado, no se preocupe, lo guardaré como si de un tesoro se tratase”  “Lo sé Fernando, lo sé”  El chico se dio cuenta que tenía problemas para bajar una prensa que atrapaba un libro bajo unas cubiertas recién puestas, no podía sujetar el salva cubiertas del propio libro  “Déjeme que le ayude, sujete usted y me dice cuando debo prensar”  “Puñetas me hago viejo por momentos, ¡como me duelen los huesos!, sobre todo los hombros, codos y muñecas, este trabajo desgasta mucho las articulaciones ¡maldita sea!” Sin que ninguno de los dos se diera cuenta estaban colaborando juntos en la marcha del negocio, cuando llegaba media tarde, Fernando, se acercaba a la librería, y ayudaba al viejo Rosendo, a colocar libros en unos estantes, que estaban vencidos por el peso que soportaban de continuo, seguramente eran más viejos que él mismo.
En verano, Fernando traía una botella de horchata casi a diario, los dos, como si fueran niños sorbían el dulce líquido con la ayuda de cañitas. Rosendo le dio dinero para que se comprara un guardapolvos  “Sin él no quiero verte por aquí ¿de acuerdo?” Una sonrisa mutua, reflejaba el grado de confianza que iban teniendo, poco a poco, su amistad, se cultivaba como si de una planta tierna se tratara, pequeñas confidencias comenzaron a surgir, hasta algún que otro secreto que el propio Rosendo tenía, dejó de serlo al hablar con Fernando. Sin apercibirse siquiera, las tardes se convirtieron en veladas, que se alargaban hasta altas horas de la noche.  “Quiero que veas algo…” le dijo Rosendo a Fernando una tarde después de la hora de cerrar  “Ven conmigo, caminemos un poco” salieron de la tienda, algo que Rosendo hacía años que no hacía, volvieron por una calle que daba a una iglesia, de allí giraron por la calle Condal y a solo quince metros Rosendo paró, sacó unas llaves del llavero que siempre colgaba de una cadena del bolsillo y abrió un portal.

                                                                       Cap3

Fernando no habló en el tiempo que  entabló amistad con Rosendo, de las circunstancias en las que vivía con su hermano, pero las ventajas de trabajar en el barrio toda su vida, primero con su padre, quién le enseñó todo cuanto debía saber acerca de los libros, y luego él mismo, enterrado en aquella tienda que era conocida por todo el mundo, le daba la ventaja de poder conocer en un instante, todo lo que quería acerca de la gente que lo rodeaba.
De modo, que, conocía bien, cuales eran las circunstancias de los dos muchachos. Los dos, dormían, vivían en aquella pequeña portería, que a la vez, servía de negocio para el montaje de bastidores para cuadros. Un imaginativo sistema, les servía de habitación a la vez, pensaron en una especie de mecano, que hacía que por las noches pudieran dormir dentro, al fondo, un pequeño retrete les ayudaba a poderse arreglar y ducharse, eso sí, en tan solo un metro y medio cuadrado. Una pequeña cocina de butano, dos estantes con alimentos básicos y un diminuto armario de dos puertas correderas de madera de fórmica, era todo cuanto necesitaban para poder vivir, con estrechez, pero vivir al fin y a cabo.
Herramientas de su oficio, listones de madera y telas, tenían un lugar importante en aquella especie de zulo, en un pequeño rincón, una radio conectada a dos altavoces, y bajo ella, una caja de madera levantada del suelo por unos tacos del mismo material, contenían los libros de Fernando y algunas otra cosas, como unos marcos con fotos de su madre, y otra, con una fotografía del día que se casaron sus abuelos en color sepia. Era todo cuanto necesitaban para ser felices.
Rosendo subió las escaleras de la casa de forma cansina, casi arrastrando los pies en cada peldaño, hasta que llegaron al primer piso. Una sola puerta en todo el rellano, el resto de la planta, estaba despoblada de vecinos. Sacó de nuevo las llaves del bolsillo, y abrió las dos cerraduras de la puerta, era más que evidente que allí hacía bastante tiempo que no vivía nadie, sábanas y cretonas cubrían unos cuantos muebles, las paredes estaban tapizadas en algunas habitaciones, Fernando se contuvo de preguntar que es lo que hacían allí. Presintió que Rosendo, le quería pedir, que limpiara la casa, que pintara algunas habitaciones, que se ocupara de poner en marcha la grifería, que limpiara cristales, lo cierto es que desde dentro de la casa, en la calle se veía solo una intensa niebla, fruto de los años en que el piso había estado cerrado.
“Quiero que tu hermano y tú, ocupéis este piso, yo no lo uso desde ve a saber cuando, es mío y os lo cedo” Antes que Fernando asombrado pudiera contestar, Rosendo le indicó que lo primero que tenían que hacer era limpiar bien la estufa  “Es fabulosa, calienta toda la casa, de acero fundido, es americana de la marca Garland, en su tiempo eran las mejores que habían, mi padre se la compró a un señor, que se dedicaba a comprar cosas de casas de indianos, está fabricada en Detroit” Tosió y estornudó, sacó un pañuelo del bolsillo del pantalón, evidentemente estaba resfriado.  “Pero… ¿porqué?”  “¿Porqué qué…?”  “No entiendo la razón de este ofrecimiento…”  “Es bien sencillo, vosotros necesitáis una casa, y a mí, me place el ofreceros esta, eso es todo. Estoy seguro que si yo tuviera frio y tú tuvieras dos abrigos me ofrecerías uno ¿cierto?”  “Pues claro pero no es lo mismo, un abrigo es un abrigo, ¡pero una casa…!”  “Va, tonterías no hay diferencia alguna, las dos cosas sirven para protegerse, para ayudarse a estar mejor”  “Debo hablarlo con mi hermano, no es que deba convencerlo, pero por lo menos, comunicárselo si debo”  “Claro, habla con él, toma las llaves del portal y las del piso, venir a verlo cuando queráis y a ser posible, convéncelo, creo que nos conviene a todos, a vosotros por una parte y a mí por otra, ese piso si no se ocupa pronto va a caerse a pedazos, ya sabes como son estas cosas, hasta las paredes necesitan calor humano”.
Fernando volvió a su casa después de dejar en la librería a Rosendo, en cuanto desapareció por la esquina de la calle, corrió como alma que lleva al diablo para hablar con su hermano, la alegría se dibujaba en todo su cuerpo, corría y saltaba ágil como una gacela, entró en la portería, su hermano estaba hablando con uno de los clientes habituales, apuntaba en una libreta el pedido que le acababa de hacer este. Cuando marchó el cliente, Fernando le dio la noticia.  El señor Rosendo nos cede un piso que tiene muy cerca para poder vivir y trabajar allí, es de fábula Alejandro, grande que ni te imaginas, hay una habitación inmensa que puede servir de taller, caben todas nuestras cosas allí y todavía nos sobraría espacio”  “Haber Fernando, vamos por partes, vuelve a repetirme esto y esta vez poco a poco, ¿de qué estás hablando?”
Fernando le refirió punto por punto lo dicho anteriormente, le explicó los motivos, por los cuales Rosendo les cedía el piso, entró en detalles de lo que había observado mientras estaba viéndolo, de que podría ser, un nuevo punto de partida para los dos. Los días alargaban, a las siete de la tarde parecía todavía que fueran las doce de la mañana, hacía buen tiempo, y los dos, se acercaron al lugar. Alejandro, igual que Fernando la cuando entró en el piso, se ha quedado casi petrificado, dando pasos cortos debido a su cojera, y a que ésta, le está causando males mayores en la cadera, entra en el piso, lo mira todo en derredor suyo  “¿Qué te parece hermano, como lo ves?”  “Y Rosendo… ¿qué te pide a cambio?”  “¡Nada, solo que lo ocupemos!” Alejandro hace una mueca con la boca  “No sé yo… me gustaría hablar con él, que quieres que te diga, se me hace extraño todo esto”  “Pues vamos si quieres, él está ahora en la tienda, seguro que estará encantado de verte, de hecho te conoce de vista, te ha visto un montón de veces pasar por delante de su tienda con el carrito”.
Tardaron poco en recorrer la distancia que separaba su casa de la librería Morgades, el chico llevaba bajo el brazo, una botella de horchata que acababa de comprar.  “Le gusta mucho la horchata ¿sabes?, cuando puedo le llevo una botella, aunque siempre insiste en que la bebamos juntos, es muy buena persona Alejandro, estoy seguro que no quiere enredarnos, sé que es de lo que quieres asegurarte”  “Lo cierto es que sí Rafael, la experiencia de la vida te ayuda a ser precavido, debes tener esto siempre presente, nadie da duros a cuatro pesetas”
Encontraron a Rosendo, tirando del hilo de una nueva encuadernación que estaba haciendo en el interior de la tienda, en cuanto los vio salió, se limpió las manos y saludó a Alejandro  “Encantado de conocerte Alejandro, tu hermano me ha hablado mucho de ti, eres un hermano ejemplar, casi diría que su héroe”  “Exagera, este hermano mío es así, siempre magnificando las cualidades de la gente”  “Pues creo que tiene razón, fíjate, me habría gustado tener a un hermano como tú, protector y responsable, no amigo mío, hoy en día, no hay muchos así, créeme, no exagera”
Tomando horchata, Alejandro le dijo que le agradecía el gesto que tenía con ellos, pero de nuevo, le preguntó el motivo por el cual había decidido cederles el piso, y que no iban a admitir la vivienda, si no era a cambio de un alquiler.  “¡No quiero nada hombre…!, favor que me hacéis ocupándola, no quiero que termine hecha una ruina, y sé que vosotros, cuidaréis de ella. Os hace falta un lugar más cómodo donde podáis vivir y trabajar, siendo como es el caso, que está en mi mano ayudaros ¿por qué no hacerlo?”  “Insisto señor Rosendo, acéptenos un alquiler, razonable claro, ya ve cual es nuestra situación”  “Bueno hombre, si no va a ser posible convenceros de otro modo… dime ¿cuánto pagáis en la portería que ocupáis ahora?”  “Trescientas pesetas al mes”  “Muy bien, yo os cobraré ciento diez, ¿qué os parece?”  “Pues, que eso es una miseria señor”  “¿Lo ves, te das cuenta? no me interesa el dinero para nada, la casa hace cuarenta años que está pagada, que os voy a pedir por ella… conservadla, pintadla si queréis, haced alguna reforma, lo que queráis, tenéis mi permiso. Incluso si queréis que haga un contrato de arrendamiento por un precio simbólico, os lo haré”
Los tres juntos, han entrado en nuevo clima de distensión y compañerismo, Alejandro se ha interesado en algunos de los libros que hay en la tienda, los dos hermanos han esperado a que cierre, han ido los tres, a una bodega próxima a la librería a tomar unas tapas y unos vinos. Alejandro no ha permitido en modo alguno que Rosendo pagara la cuenta, el viejo Rosendo y los dos hermanos, han vuelto a la librería, este último apoyado sobre el hombre del joven. Cualquiera que los ve por la calle, y no los conozcan, pueden pensar, que son el padre y los dos hijos de regreso a casa.
La mudanza ha sido un poco larga, Alejandro ha tenido que esperar a los clientes habituales, para darles la nueva dirección del negocio-casa, mientras, su hermano Fernando, hace viajes con el carrito, llevando enseres a la nueva casa, enseres porque la casa tiene muebles, hasta un mueble de recibidor tallado, que representa la escena de una batalla medieval. Sofá y dos sillones de orejeras, dos grandes camas con colchones de lana, armarios, en fin todo lo necesario para entrar a vivir después de hacer una limpieza a fondo. En el fondo de un cajón de una gran cómoda que está en la que será su habitación, Rafael encuentra una caja de lata, medio oxidada. Al principio la sujeta por los bordes para abrirla, pero de pronto se da cuenta de que aquella caja no le pertenece, que es de Rosendo, de modo que, la envuelve y se la lleva al viejo.
Rosendo está sorprendido al verla, no sabía que quedaba algo en la casa  “No la he abierto Rosendo, quiero que lo sepa, la he encontrado en una cómoda y la he traído aquí directamente”  “Gracias Rafael, no sabía que existía, ni siquiera sé, que es lo que contiene” El hombre hace la intención de abrirla, no puede, está tan oxidada que los cantos de la tapa parecen soldados. Con cuidado, coge una herramienta parecida a un pequeño formón y hace palanca, cruje pero se abre. En el interior, encuentra unas pequeñas telas de hilo que contienen cabellos, dos pañuelos bordados a mano con iniciales, fotografías atadas con un lazo de seda azul, y bajo todo esto, una pistola Luger, semiautomática envuelta en papel de estraza engrasado, pero secado con los años, a la mente de Rosendo, llegaba el significado de la marca de aquel instrumento de matar que usaban los nazis, “si vis pacem, para bellum”, si quieres la paz, prepara la guerra. No sabía que hacía ese arma en aquella caja, estaba intrigado, aunque ahora ya… poco sentido tenía aquella expresión, el asunto era, ¿quién puñetas usó en su casa un arma? eso, si es que alguien la usó. Cuando la desenvolvió le dio un escalofrio, las armas las carga el diablo, ve tú a saber si estaba el seguro echado, o si estaba cargada…
No reconoció más que a tres personas de las fotos, a sus padres y a su abuelo materno, un hombre que en su día llamaba la atención por donde iba, un hombre de más de metro noventa, con abundante cabello y unas patillas que se juntaban con la barba, bajo la nariz, un bigote rizado hacia arriba en las puntas y vestido con levita, camisa y lazo, y un bastón que él todavía conservaba envuelto en plástico, una cabeza de tigre primorosamente labrado a mano, en marfil, remataba el vistoso bastón. ¿Quién era la hermosa muchacha, que sonriente posaba junto a su madre?, una hermosa melena de cabello oscuro, una flor de hibiscus prendido al cabello, junto a la oreja derecha, vestida con un vestido que parecía ser de seda, ceñido debajo del pecho con un gran lazo. No parecía ser una fotografía de estudio, aquello que se veía detrás era un escenario natural, parecía estar vivo todavía.

                                                                      Cap4

Hoy, Fernando ha entrado en la  tienda del viejo Rosendo, contento, desbordaba alegría por los cuatro costados, sin perder un instante y después de vestirse con el guardapolvo, para ayudar a Rosendo en los quehaceres de cada día, le dice que, cuando termine la jornada, tiene que venir al piso, tiene algo que enseñarle. Rosendo, que ya cuenta de forma rutinaria con su ayuda, le tiene preparado el trabajo que hay que hacer. Para Fernando, esto es muy bonito, el hecho que cuente con él, que sepa que debe ir a determinado rincón de la tienda donde tiene preparada su labor, le da fuerza, se siente orgulloso, ha aprendido a tratar los libros, cómo si de niños se tratara.
Los desempolva, los limpia con cuidado, los abre para cerciorarse de si debe ponerlos en los estantes, o necesitan alguna atención especial antes de eso. Rosendo, desde el taller interior, sonríe cuando observa los ojos de Fernando, se da cuenta, que presta toda su atención en lo que hace. Vaya chico este, se dice para si mismo, lástima que gente como él, se cuenten hoy con los dedos de una mano.
Al cerrar la librería, se han acercado a casa de Rosendo, el hombre, al ver la transformación que ha sufrido el piso se queda de piedra, parece nuevo, las baldosas del suelo, que son blancas y negras combinadas a manera de un tablero de ajedrez, están impolutas, las paredes pintadas, han sacado el tapizado de las paredes, estaba lleno de humedad, el baño y el alicatado de este, reluce, todo está lleno de vida, es cálido, un mueble de música compacto, que está compuesto, de giradiscos y radio con los altavoces integrados, preside el salón, frente al sofá, que también ha pasado por un buen lavado de cara.  “No me imaginaba que esta casa, pudiera recuperar su esplendor de nuevo, habéis hecho un gran trabajo” Alejandro al oír la puerta, ya estaba presente cuando dijo esto Rosendo.  “A mí no me mire, ha sido Fernando el que lo ha hecho todo, yo no he podido ayudarle, con la mudanza y todo lo demás se me atrasaba el trabajo, de manera que él, poco a poco, ha ido haciendo, pero ha valido la pena, ¿no cree señor Rosendo?” El viejo de los libros, ha estrechado a Fernando contra sí por los hombros, se le han puesto los ojos vidriosos, está contento, aunque le cueste expresarlo.
Después de tomar una infusión de te, y de charlar un poco juntos los tres, Rosendo se dispone a marchar  “Espere un momento Rosendo, lo acompaño”  “No hace falta hijo, ¿o crees que no me conozco el camino?”  “No es eso hombre, es que me complace ir con usted, nada más” Han salido de la casa, y ahora, es Fernando quién de nuevo le agradece que los haya dejado vivir en su piso.  “Bueno… es mejor que la habitéis vosotros que las telarañas y las cucarachas ¿no?”  “Si, es verdad, pero fíjese, a nosotros nos ha cambiado la vida, si viera a mi hermano trabajar en la habitación que ha habilitado… a mí, tan solo con verlo, me emociona, hacía años que no lo veía tararear una canción o sonreír”  “Me lo imagino Fernando, me lo imagino. Pero es gracias a que tiene un gran hermano, ¡como me hubiera gustado tener un hijo como tú!, bueno ya hemos llegado, hasta mañana Fernando”  “¿Le puedo hacer una pregunta?”  “Tu dirás”  “¿Porqué me ha llamado hijo antes, cuando le he propuesto acompañarlo?”  “No, por nada, por nada, no me lo tengas en cuenta, los viejos como yo, a veces, ya no sabemos ni lo que nos decimos, anda vuelve a casa y descansa, buenas noches”
Hace pocos días, que Rosendo se ha puesto de acuerdo con un señor alemán, que desea comprarle uno de esos incunables que tiene en la caja fuerte. Le pide a Fernando, que por favor esté presente cuando lo visiten, van a venir durante cualquier hora de la tarde, y la tienda, no puede quedarse sin el cuidado de alguien. Este se ofrece de buena gana, intuye que a operación va a ser larga, que este señor va a venir acompañado de alguien, que certifique que es un incunable el que compra, hay en juego mucho dinero, y esa caja fuerte, no se abre ha menudo. La tarde de la transacción, llegan a la tienda tres señores y una señora, todos muy bien vestidos, o eso presume él, normalmente no ve a gente vestida de ese modo. El comprador se distingue por ser un hombre rubio y alto, vestido con un traje claro y sombrero de paja Panamá, los otros dos hombres, van con una cartera cada uno, la mujer solo con un bolso de calle. A los pocos minutos, sabe que es la traductora de cuanto se diga allí, habla al parecer un alemán perfecto, no es que él sepa nada de alemán, es más bien el tono y la seguridad, lo que define este concepto.
Rosendo, no se ha vestido para la ocasión, como siempre, lleva puesto el guardapolvo gris, con trazas de pegamentos y colas, que han dejado un rastro indeleble en el uniforme del librero. Hablan del manuscrito que desean comprar, Rosendo abre la caja después de unos minutos en los cuales, los visitantes han salido a la tienda, es lógico, hay gente que se queda con cada sonido que puedan hacer los resortes de la mecánica de la caja. Les hace una indicación y vuelven a entrar en la trastienda, de pie, los dos hombres que acompañan al alemán, sacan unas lupas de sus carteras, y ambos, escudriñan el libro, también el futuro propietario, parece interesado en ver las características del manuscrito, pero lo mira con otro interés. Finalmente, con el cuidado que merece el ejemplar, cierran las tapas, y sujetan el ejemplar con la bisagra metálica que evita que se abra accidentalmente, el alemán habla con la mujer quién a su vez, le transmite a Rosendo lo que está dispuesto a pagar por el ejemplar. Fernando, afuera, mira de reojo, quiere asegurarse de que nadie haga violentarse a Rosendo, lo aprecia.
Después de un tira y afloja, parece que el hombre hace una oferta, Rosendo coge el manuscrito y lo vuelve a llevar a la caja, sin embargo, a una indicación del alemán, la señora le dice que espere  “Mire usted, dígale a su cliente o lo quién quiera que sea, que yo no estoy aquí para regatear como si yo fuera un mercader, ya le he dicho el precio, esta es mi última palabra” La mujer vuelve el rostro hacia el cliente y hace una inclinación lateral con la cabeza hacia el hombro derecho, dirigida al comprador, éste sin que tengan que traducirle nada, baja la cabeza, está pensativo, por unos instantes habla consigo mismo, la mujer se sonríe, entiende lo que está mascullando.   “De acuerdo, nos quedamos con él dice la mujer finalmente, dudaba porque no es con el fin de comercial con el manuscrito, es para su colección particular”  “Poco me importa eso señora, él sabe, que de estos libros, existen solo ciento veinte ejemplares en todo el mundo, esos señores lo pueden ratificar”.
Fernando sabe, que le han tenido que pagar una gran suma de dinero por un libro así. Cuando se han marchado de la tienda, Rosendo sale para afuera y suspira, ha perdido un trocito de su alma con la venta de este incunable, pero para él, el dinero no es lo importante, lo demostró con Fernando y su hermano al cederles la casa. Sin duda alguna, los libros son parte de su vida, de su sangre, le ayudan a seguir con vida, sin ellos, probablemente, ya estaría acompañando a las miles de almas, que llenan la montaña del cementerio de Montjuich. Ya hace tiempo, que conversando con Fernando una tarde, le hizo saber que los libros eran para él, como la savia que recorre con insistencia a un viejo árbol, que aún partido por un rayo, tiene algo de vida gracias a esa sangre, que lo hace reverdecer cada año.
Recuerda con sumo placer, la vez en la que una profesora ya mayor, entró en la librería, buscando libros de texto de colegio, de los años cincuenta. Tenía poca cosa en stock, pero se comprometió a conseguirle la lista de libros que solicitaba, la mujer confió en que así lo haría, a la semana, consiguió los libros, mantuvieron una larga conversación de los años en los que ella fue maestra de escuela, terminó regalándoselos, ocho libros originales, de lengua, matemáticas, geografía… todos. Desde entonces esta mujer visita periódicamente la librería,  le ha proporcionado nuevos clientes, sabe del dicho apostólico “Hecha tu pan sobre las aguas…” Rosendo es así, nadie lograría cambiarlo ahora, tiene el auténtico talante de librero. Lo cierto es, que tiene el talante de una buena persona, de otro modo, no se habría desprendido del antiguo piso porque sí.
“Rosendo, le quiero preguntar algo si no le molesta…”  “Tú dirás”  “¿No tiene familia, alguien allegado a usted que pueda compartir sus cosas?”  “Si que me molesta que me preguntes eso, si no te importa, prefiero no contestar a esa pregunta, solo te diré que sí tengo a alguien, y están cercanos a mí, pero no te diré quienes son” Fernando se ha quedado un poco consternado, ¿quién puede ser esa persona o personas?, están cerca de él, pero no quiere tratos con ellos, por lo que se ve. A partir de ese punto calla, sigue con sus cosas, aunque de vez en cuando lo mira de reojo, quizá quiere adivinar si por medio de alguna expresión de la cara, puede averiguar algo, pero Rosendo ya sabe que lo mira, su postura es la de siempre, con la mano enfundada en ese característico guante de piel fina, que le deja los dedos libres para ir pasando la aguja a través de las cuartillas, va tirando de la aguja, prestando atención a que todas las cuartillas queden bien unidas, y al mismo nivel que las anteriores que ya ha cosido.

                                                                      Cap5

“Fernando, ve a buscar a tu hermano y venid aquí por favor, antes deja la persiana medio bajada” Este obedece, le extraña este encargo, nunca ha invitado a su hermano expresamente, a venir a la librería. Al rato, los dos vuelven con ligereza, no es normal que los llame, ¿qué es lo que quiere?, los dos hermanos en el corto trayecto desde su casa a la tienda, no han tenido demasiado tiempo para contrastar pareceres. Cuando llegan a la librería, en la mesa de trabajo de encuadernar, hay un buen surtido de viandas, embutidos, carne, pescado, un par de buenos platos de mejillones al vapor, dos botellas de vino y una tarta helada. Los hermanos se miran entre sí, luego desvían la mirada hacia Rosendo que está sentado al borde de la cama, junto a la mesa, dos taburetes los esperan.
“¿Qué se celebra señor Rosendo?” el que pregunta es Alejandro, comen bien en casa, pero una comida como aquella, tan opípara, no la esperaban.  “¿Es que hay que celebrar algo para cenar con la familia? yo creo que no”  “Vaya Rosendo, nos ha dejado usted de piedra”  “Pues peor para vosotros, me lo comeré yo todo” eso lo dice riendo, con una expresión que no han visto nunca. Parece feliz, posiblemente, por causa de la transacción que hizo con aquel incunable, pero de hecho, no se sabe, a no ser que lo quiera revelar él.
“Venga, comencemos a cenar, ya está todo el mundo a la mesa, no falta nada ni nadie” Sin tratar de meter la pata, los dos hermanos comienzan a comer, Rosendo menos, la edad ya no da para excesos, los jóvenes sí, estos le pegan a todo y con fuerza.  “¡Que bonita es la juventud!, cuando os veo, me viene a la memoria como era yo, pero… agua que pasa no mueve molino, mi tiempo pasó ya”  “¿Qué dice hombre?, si está usted hecho…”  “¡Cuidado con lo que vas a decir…!”  “Quiero decir que todavía es relativamente joven Rosendo, hombre, hay personas que con su edad, ya no se aguantan los pedos”
Terminada la cena, Rosendo ha echado mano de una carpeta, que guarda en un estante, la tiene bajo el brazo, mira a Fernando, está serio aunque no denota enfado alguno.  “Quiero preguntarte una cosa, piénsala antes de contestar, es muy importante la respuesta que me des”  “Caramba Rosendo, haber si me va a sentar esta magnífica cena que hemos hecho”  “No creo, pero te digo esto, por razón de lo que contiene esta carpeta, tu respuesta podría marcar tu vida”  “¡Vaya!, ahora si que estoy asustado…” Alejandro contemplaba la conversación con curiosidad, miraba alternativamente a uno y otro sin decir palabra.  “Esta carpeta contiene mi testamento, está actualizado desde hace poco más de siete meses, pero no puedo tomar una decisión sin tu permiso. A Alejandro no lo nombro, porque él ya tiene su negocio que mal que bien le funciona, pero tú, en cuanto termines tus estudios, tendrás que decidir que hacer con tu vida”  “¿Cual es la pregunta?”  “¿Querías tú hacerte cargo de la librería cuando yo falte?” Se lo quedó mirando con expectación, incluso sin quererlo, Rosendo mismo, movía la cabeza en señal de aprobación, esperaba de corazón que le dijera que sí. Fernando se levantó de un salto del taburete, parecía que alguien le hubiera pinchado en el trasero y lo hubiera impulsado hacia arriba, no pudo articular palabra en este instante, paseaba por aquel habitáculo arriba y abajo, con las manos metidas en los bolsillos del tosco pantalón de algodón.
Alejandro ha intervenido de forma sutil, sin presión alguna, sin querer forzar ningún resorte  “No entiendo porqué quiere usted que Fernando se haga cargo de la librería, la verdad”  “No quiero que se haga cargo, le pido que lo piense, esto es todo, yo no quiero nada, comprenderás que a estas alturas no estoy para exigencias”  “Si, pero porqué él, no tiene más familia, no sé, alguien allegado que se pueda beneficiar del negocio”  “No, no lo tengo, y si lo tuviera no se lo cedería a él o ellos, nadie conoce como tu hermano, el funcionamiento de la librería”  Alejandro se sirvió un chato de vino, que apuró de un solo trago.  “Me honra que haya pensado en mí Rosendo, pero entienda que la respuesta no es fácil en este momento” Instintivamente, de forma espontanea, Fernando se volvió hacia Rosendo y le dio un abrazo, estuvo un largo momento abrazándolo, la razón sería seguramente, que hacía muchos años, que no abrazaba a nadie.  “De todos modos hijo, que sepas que estás registrado, como heredero de todo cuanto tengo, no deseo tener a nadie más en este lugar”
La vuelta a casa ha sido lenta, los dos hermanos han dado un rodeo para llegar, Alejandro se ha dado cuenta, que su hermano, necesita un poco de aire, de hecho, camina por la calle respirando hondo y mirando al cielo de vez en cuando.  “Extraño este hombre, ¿verdad Fernando?”  “Extraño no sé, pero altruista y bondadoso, si que lo es”  “Cierto, ¡lo que debe haber pasado en su vida para que tome una decisión así!”  “Ya, lo que se me hace difícil de entender, es, como es que no queda rastro de su familia, nunca habla de ellos, no los menciona, en el tiempo que llevo con él, jamás ha dicho una palabra de nadie cercano, hermanos, sobrinos, tíos, nadie”  “Bueno, hay acontecimientos en la vida de las personas, que hace que se rompan los vínculos con los demás. Mira si no nosotros mismos, tuvimos que salir de nuestra casa por piernas, ¡que pena!” Esa noche, Fernando no ha podido dormir más que a ratos, por su cabeza, pasan mil cosas a la vez, entre ellas, un factor importante, si le dice que sí ¿va a ser capaz de enfrentarse a este desafío?, no lo parece pero, llevar una librería aunque sea de libros viejos, no es nada fácil. El no sabe casi nada en comparación con Rosendo de este oficio, si es cierto que lo ayuda, que conoce algunas cosas, pero no lo suficiente, como para hacerse cargo de la librería. Además está el tema de la encuadernación, que desconoce casi por completo, puede aprender, pero no es algo que se aprenda de la noche a la mañana.
“Hola Rosendo, buenas tardes, ¿ha dormido bien esta noche?”  “Como siempre más o menos, los viejos tenemos el reloj interno alterado, hace años que no duermo del tirón”  “¿Y que hace, si le puedo preguntar, cuando no puede dormir?” Rosendo se ríe, lo mira con cara bondadosa, Fernando no le hace esta pregunta porque sí, cuando le pregunta algo, es por alguna razón, busca siempre una respuesta.  “Pues… me levanto de la cama, salgo a la tienda y busco entre los libros que hay en los estantes, cojo uno de ellos, y me pongo a leer hasta que me da sueño de nuevo”  “No me diga que ha copia de tiempo se los ha leído todos”  “¡No, que va!” El asunto queda ahí, Rosendo es de estas personas a las que en determinados momentos, no le gusta hablar mucho, hoy, es uno de estos días.  “Ven conmigo hijo, vamos a trabajar juntos en la encuadernación de un libro, me gustaría que aprendieras los entresijos de este arte”  “¿Arte dice?”  “Sí, arte, no lo es menos que el ser músico, para esto hay que saber solfa, ensayar y demás, pues para encuadernar, también hace falta saber desde el principio, como debes tratar cada libro que cae en tus manos. No hay un solo libro igual que otro, todos son diferentes, el impresor original, hizo el libro con determinada mentalidad, hay que averiguar primero, como era esta persona. Cuando veas las siglas de la editorial que lo ha creado, sabrás a copia de tiempo, como trabajan, y de ese modo, como se debe encuadernar de nuevo” Al coger el libro que había que reparar, Fernando solo vio que por dentro estaba todo deshilachado, cuartillas que estaban sueltas, que las tapas bailaban alrededor del libro.
No se le hizo nada fácil observar con atención, las maniobras que llevaba a cabo Rosendo con el libro, un libro de cubierta dura de color verde oscuro, con rebordes en oro, una obra de Friedrich Nietzche, “La genealogía de la moral”, un libro de tamaño mediano, que nuevo debería ser muy bonito, pero que ahora, estaba descuartizado.

                                                                       Cap6

Había terminado por hoy, cuando volvió a su casa, saludo desde la puerta a su hermano Alejandro  “Alejandro, ya estoy aquí” no contestó a su saludo, extrañísimo, recorrió la casa pero no dio con él, la puerta de la habitación taller estaba medio abierta, volvió a llamarlo, había luz,  “Alejandro ¿estás ahí?” nada, ni un susurro, cuando se disponía a salir, vio los pies de su hermano que sobresalían en el suelo, de la larga mesa de trabajo, corrió y dos zancadas estaba a su lado, Alejandro estaba inmóvil en el suelo, quiso levantarle la cabeza del suelo, pero estaba, como desmadejada, se asustó mucho, se acercó a él e instintivamente comprobó su respiración, le tomó el pulso, no tenía, estaba con los ojos entreabiertos pero no había sangre por ninguna parte. Se llevó las manos a la cabeza cuando se puso de pie, daba vueltas sobre sí mismo, aquello era una locura, no podía estar pasando, no a él, tampoco a su hermano. Puso una manta doblada bajo la cabeza de Alejandro, tenía unas cuantas para envolver los marcos, cuando iba a llevárselos a los clientes sobre el carrito. Salió corriendo del piso, no sabía que hacer, se dirigió como si de un imán se tratara a la librería, llamó con el puño cerrado a la persiana metálica que ya estaba cerrada, en un par de minutos salió Rosendo, llevaba una bata  “¿Qué pasa hijo, dime?” Rosendo lo notó descompuesto, el rostro hecho una mueca  “Entra y dime…”  “He llegado a casa y me he encontrado a Alejandro muerto en el suelo”  “¿Qué dices?”  “Si Rosendo, lo he comprobado, está muerto, no sé que ha podido pasarle”  “Venga vámonos a ver”, ya se había puesto una camisa y los zapatos.
Al poco de comprobar que efectivamente estaba muerto, llamaron a la policía desde un bar cercano. Con ellos llegó una ambulancia, no  iba a servir de nada, pero formaba parte del protocolo de asistencia. Otros policías, marcaron con tiza el lugar donde se había encontrado el cuerpo, hicieron unas cuantas fotografías del lugar, y finalmente, un furgón de pompas fúnebres, se llevó el cuerpo de Alejandro. En comisaría, le llovieron las preguntas por todas partes, ejercían presión para descubrir si se llevaban bien, si no habían peleado, a que hora se fue de casa, a que hora volvió, que hizo en el momento de llegar al piso…, Rosendo esperando fuera de la sala de interrogatorios, estaba nervioso como un flan, el hombre pidió agua para poder tomarse unas pastillas que llevaba en el bolsillo del pantalón.  “¿Qué es eso que se toma?”  “Son pastillas para controlar la tensión, soy hipertenso, me las recetó mi médico”  “Ha bueno, no se auto medique señor, es muy malo, siempre todo controlado por los médicos que para eso están”  “Lo sé señor, lo sé”  “¿Qué relación tiene usted con este chico?”  “Es un poco largo de explicar, pero en definitiva, es un ahijado, el piso donde viven es de mi propiedad, se lo alquilé a los dos hermanos hará cosa de un año”
Cogieron un taxi para volver a casa, les dijeron que en un par de días se conocería el resultado de la autopsia, que ya los llamarían.  “Oiga usted, es que no tenemos teléfono, ¿cómo nos avisarán?”  “No se preocupe, se acercará una patrulla a su casa, deje una dirección en la entrada” No estaban lejos de casa, la comisaría de Vía Layetana estaba relativamente cerca, pero Rosendo prefirió acercarse en coche a la librería, seguro que Fernando, no querría estar  solo en su casa esa noche. No hablaron por el camino, Fernando estaba mirando a ninguna parte, tenía la mirada perdida  “¿Vamos a la librería Fernando?” Sin volver la cabeza, contestó que sí, dejó que Rosendo le cogiera la mano, apretándola con las suyas, antes de darse cuenta,  habían llegado delante de la librería.
Fernando subió la persiana cuando Rosendo abrió la cerradura, se quedó un instante, mirando en la penumbra, delante de la cristalera, la Biblia que estaba abierta en el expositor exterior estaba abierta en el libro Génesis cap 22, allí un maravilloso gravado de Gustavo Doré, ilustraba el momento, en el que Abraham cuchillo en alto, con una cara trágica se disponía a sacrificar a su hijo Isaac sobre un montón de leña, con manos y pies atados. Rompió a llorar, acongojado, sumido en la tragedia por la que estaba pasando, de su interior, brotaron toda clase de sentimientos, toda clase de emociones, manifestaciones de un dolor indescriptible. Rosendo dejó que llorara, no se sentía con derecho alguno, de interrumpir aquel acto tan íntimo. Pasaron unos minutos interminables para Rosendo, desde el interior de la tienda y sin perder de vista a Fernando, él también lloraba por dentro, lágrimas peligrosas por ser internas, lágrimas del sufrimiento ajeno.
Después de permanecer en cuclillas delante del aparador cinco minutos, poco a poco, se levantó, con el faldón de la camisa secó las lágrimas que todavía brotaban de sus ojos y entró haciendo sonar la campanilla de la tienda, la persiana metálica ya estaba cerrada, ahora cerró él la cristalera con llave y la dejó puesta en el paño. No iba a ser una noche de charla aquella, Rosendo movió un par de pequeños muebles detrás de la mesa de trabajo, y desplegó una cama camuflada con una cortina, parecía una cómoda pero no tenía cajones, era una cama plegable. Puso una colcha sobre la cama, era tan grande, que podía servir de cobertura para el que durmiera allí, no estaba seguro de que durmiera Fernando esa noche, pero de cualquier modo, las reglas de hospitalidad obligaban, que tuviera aquel detalle, con aquel que consideraba su hijo.
La librería no abrió al público al día siguiente, los dos se acercaron hasta el instituto anatómico forense para esperar allí. No sabían cuando les darían respuesta de la autopsia, pero esperaron pacientemente hasta que alguien, un policía de paisano, les hizo saber, que la muerte de Alejandro, había sido consecuencia de una caída, que hizo que se desnucara contra la mesa en la que trabajaba, la científica lo había corroborado.  “Pues bien hijo, no queda más que preparar el entierro, mañana haremos que vengan a buscarlo para enterrarlo”  “Rosendo, es que yo no tengo medios…”   “No digas nada más, esto está resuelto, vamos a escoger una caja para el entierro, no te preocupes por nada. Tengo un conocido que fabrica ataúdes, vamos a verlo anda” El amigo, tiene una fábrica de ataúdes cerca de Badalona, se acercaron allí y hablaron con él, escogieron ataúd  “Un momento Clemente… Fernando, ¿quieres que lleve una cruz en la tapa o no?”  “Creo que no, jamás había manifestado ser creyente, bueno, quiero decir, católico”  “Pues entonces ya está, sin cruz, ¿os encargáis de recoger al difunto en el instituto anatómico?”  “Claro, ningún problema, nos hacemos cargo de todo,  no te preocupes, solo dinos donde se debe enterrar”  “Aquí tienes, la escritura del nicho”.
“No sé como puedo pagarle todo lo que hace por nosotros Rosendo, aun después de muerto, está en deuda Alejandro con usted”  “En primer lugar, ya va siendo hora de que me dejes de hablar de usted, te lo dije hace tiempo, en segundo lugar, Alejandro ya no le debe nada a nadie, sus deudas las ha saldado con su muerte, esa es una realidad, cuando uno muere, deja de deber a nadie nada”. Al entierro no acudieron más que ellos dos y los dos hombres de la funeraria junto con Clemente, amigo de este y su hijo, un joven de unos veinte años. Ninguna misa, ninguna oración, ninguna ceremonia, nada, un entierro íntimo, la lápida cerrada con yeso, terminó la última escena de este episodio. Fernando se encargó de avisar a los clientes que tenía Alejandro, de que el negocio se había cerrado por causa de su muerte, todos lo lamentaron mucho, era un hombre comprometido con su trabajo, honrado y muy cabal, algunos clientes le hicieron saber a Fernando, que no les aceptó trabajo, porque decía  estar saturado, y antes de no poder cumplir, los rechazaba, y les daba otras direcciones de gente que los hacía igual que él.
Ya tenía dominado el oficio de encuadernar, Fernando era muy hábil, sus manos eran fuertes, tiraba de los hilos con fuerza, los libros que reparaba, iban a durar unos cuantos años más. Suscribió el compromiso de aceptar la propuesta de Rosendo, aceptó hacerse cargo de la librería, con la condición de mantenerla en la medida de lo posible. Nadie se puede comprometer en un negocio, si en determinado momento deja de funcionar, Rosendo estaba seguro, que respetaría las reglas del juego.
Ahora, mientras termina de enseñarle los pequeños secretos de una buena encuadernación, Rosendo lo forma sobre el contenido de los incunables que todavía quedan en la caja fuerte, algunos de ellos de imprenta también, pues cuando comenzó a funcionar la prensa, se imprimieron unos cuantos miles de libros que se les llamo a si mismo incunables, irrepetibles.
Uno a uno, le habló de las posibilidades de mercado que tenían estos libros, de un librero amigo de él que se encargaba de divulgar lo que estaba en su poder, lo mismo que él, hacía saber a posibles clientes los que tenía su amigo.  “No hables jamás de precios, con ningún intermediario, por confianza que le tengas, es peligroso, a veces quieren sacar con ello una parte del pastel. Que seas tú siempre, el que solo saque beneficio de lo que posees, no te confíes jamás, como en todas las cacerías, hay quién sin mover un dedo, deseará una parte, que solo te corresponde a ti”. Una de las cualidades que tiene Fernando es la de preguntar cualquier cosa sobre la que tiene alguna duda, no se deja nada en el tintero, todo lo consulta, lo que no sabe procura aprenderlo a la vez que, en el instante que no sabe bien que hacer, va a su tutor y se lo hace saber. Esto ha creado un vínculo afectivo que los une, de vez en cuando, es Rosendo quién lo interroga, sobre que le parece que se debe hacer con determinados volúmenes, a Fernando se le ha ocurrido, que algunos libros los podrían donar a alguna biblioteca, y hacer de paso, una especie de campaña de marketing para promocionar la librería.
“Has tenido una idea brillante hijo, ve donde te parezca oportuno” Han creado un apartado de libros de estudio magnífica, estudiantes de universidad, y de colegios mayores, acuden a la librería, para comprar o pedir libros, que en pocos días, ya tienen a su disposición. Todo es de segunda mano, sin embargo, estos libros, habrían quedado para siempre enterrados en estantes, o encajados en sótanos, Fernando les está dando vida de nuevo, con esta nueva política que ha tomado la pequeña empresa de Rosendo. Entre tanto, en sus manos cae algún que otro libro, de autores que siempre ha deseado leer, esos los deja a parte, los considera de algún modo libros suyos, aunque siempre acaban etiquetados para ponerse a la venta por unos cuantos duros. Margarita, una joven maestra de literatura, aparece una tarde en la tienda, busca libros de novelistas contemporáneos, Fernando le indica la caja que está sobre un par de caballetes de madera  “Tendrás que mirar, hay bastante de eso aquí dentro pero… hasta cierto punto está sin clasificar, si tienes tiempo los encontrarás, sin ninguna duda”.
Rosendo hace bien poco ya, el hombre ya está muy gastado, esta es la expresión que utiliza él, no dice enfermo ni viejo, solo gastado. Evidentemente es así, todo él, refleja la figura de un hombre que no ha cesado de trabajar y de sufrir, aunque el sufrimiento, no es patrimonio de las personas mayores claro. Relee continuamente determinados libros escogidos, que tiene sobre la diminuta mesilla de noche de formica junto a su cama, dos cajoncitos en la mesilla, contienen el resto de pequeños recuerdos, que Fernando no ha querido violar jamás, a pesar de haber tenido la oportunidad de hacerlo, él no es de esos.  “Joven, ¿cuanto cuestan estos?” la maestra tiene dos libros en la mano, Fernando mira la pequeña etiqueta adhesiva que hay en el lomo  “Poco, comparado con lo que le costó al autor escribirlo. Sesenta pesetas cada uno”  “Me los llevo los dos, este –sosteniendo uno de ellos en la mano derecha-, lo he estado buscando mucho tiempo” se trata de una obra de Albert Camús “El exilio y el reino”, el otro libro también es de Camús “El extranjero”  “Te gusta el existencialismo por lo que veo…”  “Bueno… soy maestra, siempre he tenido inquietud por la lectura, quizá sea esto lo que me ha llevado a la enseñanza”  “Claro, lástima que yo, descubrí lo que los libros nos pueden enseñar demasiado tarde. Me habría encantado ¿sabes? imagino que no se puede tener todo en esta vida, a mi me ha tocado otro apartado en esta carrera de vivir”  con los libros sujetos en el regazo con ambos brazos, se quedó mirando a Fernando de forma escrutadora, él se dio cuenta de esto, a él también, de algún modo, le llamaba la atención aquella joven.
“Rosendo, voy a salir esta noche, no estaré fuera mucho rato, solo voy a tomar una cerveza con la chica que vino hace unos días, ya sabe, la que se llevó los libros de Camús que le comenté”  “Ya era hora hijo, creía que ibas a convertirte en un monje cartujo, ve tranquilo, si has de volver muy tarde, llama por teléfono por favor” ya tenían teléfono, fue algo de lo que Fernando convenció a Rosendo que deberían tener, resultaba muy útil para el negocio, también hicieron imprimir tarjetas de visita, con un pequeño dibujo de la fachada de la librería, y detrás, un diagrama, donde se indicaba la localización del lugar desde la rambla. Quedaron en verse a las ocho, en la calle Boquería, al principio de esta con la rambla, Margarita tardaba pero Fernando no se impacientaba, le gustaba observar a la gente ir y venir por aquel gran escaparate urbano, miraba una de las lámparas de hierro forjado que adornan la entrada de la calle, alguien le tocó el hombro, se volvió un tanto sobresaltado  “Perdona Fernando, una cuestión de última hora me ha retrasado un poco”  “No te disculpes, no pasa nada, estaba disfrutando del entorno” Se pusieron a caminar hablando de simplezas al principio, paseaban despacio, sin prisa alguna, Fernando la quería llevar a una granja de la calle Petritxol, La Pallaresa, hacían un chocolate exquisito, acompañado de las más deliciosas pastas hechas por ellos.
Al entrar en la granja, el murmullo de la gente y las olores que desprendía el lugar, los llenaron de una alegría contagiosa, todo el mundo reía y conversaba, las mesas, estaban casi todas ellas ocupadas por toda clase de gente, familias con niños, abuelos y algún que otro solitario que apuraba el chocolate y los churros.  “¿Conocías este lugar Margarita?”  “Pues no, pero parece un muy buen sitio para pasar un rato”  “Lo es, te lo aseguro” Después de pedir la consumición se pusieron a hablar de las ventajas e inconvenientes de ser maestro, la carrera de magisterio.  “Los magister tenéis una gran responsabilidad, aparte de la carrera en sí, el ponerla en práctica luego, debe de ser difícil”  “Si que lo es, oye, has dicho magister, ¿y eso?”  “Pues creo que deriva de la expresión latina magisterium ¿no?, de modo que quién lo practica es un magister, no me hagas mucho caso, es que al estar enterrado entre libros todos los días, aprendes a la fuerza”  “Lo olvidaba, tu eres de los que aprovecha el tiempo cuando estás en tu librería”  “Háblame de ti Margarita, ¿de donde eres, porque catalana no se te ve?”  “Soy de un pueblo cerca de Cuenca, su nombre es El Ventorro, está a unos veinticinco kilómetros de Cuenca, hace muchos años atrás era un pueblo bastante rico, la gente vivía del ganado, del campo, de la huerta, pero cuando era pequeña, mi padre tuvo que emigrar a Alemania a trabajar, mis dos hermanas y yo nos quedamos aquí con mi madre, hasta que un día, dejamos de saber de mi padre, no le enviaba dinero a mi madre, nos quedamos sumidos en la pobreza, gracias a un tío mío, que se acababa de quedar viudo, nos fuimos a vivir con él a la capital, allí mi madre hacía de criada para todo para él, pero a pesar de no estar bien visto el que se acostaran juntos, nos pagó los estudios a las tres. Mi hermana mayor, murió de un aborto que sufrió, vino una comadrona a casa, yo la califico ahora de matarife, le practicó el aborto y se desangró la pobre. No sé porque te cuento todo esto ahora…”  “Como quieras, a mí me interesa todo lo que tenga que ver contigo” al momento de decir eso, Fernando se dio cuenta, de que quizá había ido demasiado lejos. Le gustaba Margarita, el caso es que era la primera mujer a la que trataba, no supo reprimirse, ella se dio cuenta, pero no le importó que se lo manifestara, se lo quedó mirando por un momento, en sus ojos se veía un brillo especial, unos poderosos ojos negros, grandes y redondos, acompañados de un rostro donde se reflejaban abiertamente, los genes de uno de los padres, una mandíbula fuerte, y una nariz perfecta, que encajaba como anillo al dedo con el resto de su figura.

                                                                 Cap7

Volvieron al cabo de dos horas al punto de encuentro, Margarita se dirigió a la boca del metro, Fernando la acompañó, tímidamente dijo  “Me gustaría que nos volviéramos a ver, si te es posible un día de estos”  “Cuando tú quieras, me pasaré por la librería en tres o cuatro días, ¿te parece?”  “Me parece perfecto, esperaré el momento con mucha ilusión” Pero ¿por qué tenía que meter la pata siempre, a qué venía esto de “esperaré el momento con mucha ilusión”? seré imbécil, mira Fernando, que por la boca muere el pez, se dijo a si mismo. Volvió a la librería enfadado consigo mismo, Rosendo terminaba de tomar una ducha, estaba envuelto en un albornoz, tiritaba.  “¿Qué chico como ha ido eso?” Fernando no pudo contener la risa, cuando Rosendo salía de la ducha, parecía Einstein, con los cabellos alborotados y el bigote  “Pero hombre de dios, ¿no sabe usted arreglarse un poco mejor cuando sale de la ducha, se ha mirado en el espejo?” se miró intuitivamente en un espejo bastante oxidado sobre la cama  “Pues yo no me veo tan mal… ¿para que me tengo que arreglar, para que me mires tú? ¡anda ya!” Fernando se lo queda mirando un momento, le da pena verlo de ese modo, sus movimientos son cada vez más lentos, las piernas se mueven en pasos más cortos, definitivamente, ahora, si que lo ve viejo. 
Margarita, remira la tarjeta de visita de la librería, para ella, esta tarjeta es como una fotografía de Fernando a falta de una de verdad, parece que le ha impactado lo mismo que a él. Ninguno de los dos sabe a ciencia cierta que es lo que sienten, no han tenido contacto con personas del sexo opuesto, ella, solo lo que le permite su trabajo en el colegio, es relativamente nueva en su puesto, los compañeros, hasta que no tengan más trato con ella, la tendrán un tanto marginada. Fernando por su parte, sueña despierto en coger su mano un día, en pasear y pararse a mirar escaparates, en reír juntos visitando monumentos y plazas, subir a Las Golondrinas del puerto y visitar el rompeolas. Suspira, sonríe y Rosendo que lo observa distraído  “Hay hay hay, que este chico se ha enamorado”  “¿Qué dice hombre? lo que pasa es que es muy agradable esta chica, eso es todo, no haga elucubraciones”  “¡Que me vas a contar…!”  “Hay una diferencia enorme entre que te guste alguien, a que te enamores de esta persona”  “Claro, ya lo sé, pero en tu caso, es la segunda diferencia la que se ha apoderado de ti”  “Va, bobadas Rosendo”
El piso de Rosendo está desde hace casi dos años vacio, Fernando va una vez por semana a limpiar, e incluso de vez en cuando duerme allí, pero pocas veces, solo pasar del quicio de la puerta, le hace rememorar lo que le pasó a su hermano Alejandro, le da pinchazos el estómago cuando entra en el piso. A medida que ha ido pasando el tiempo, se han ido acomodando a la situación de vivir los dos en la trastienda, espacio no les sobra ni un metro cuadrado, pero cuando llega la noche, ¡Rosendo agradece tanto estar acompañado! Desde el suceso de Alejandro, hay que decir que, Fernando está más tranquilo desde que duerme a su lado, no le importa que ronque, que se levante de madrugada, está habituado a todo esto, duerme como un lirón. Es sábado y en la tienda normalmente hay más trabajo que de costumbre, la gente pasea más, esta callejuelas se llenan de personas que miran y buscan, compran, tienen el tiempo que sus trabajos les quita del resto de la semana, Fernando cambia de actitud cuando llega el fin de semana. No se puede decir lo mismo de Rosendo, él ya está como varado en el tiempo, en este tiempo en el que podía subirse a una escalera, trajinar cajas, ver desde abajo, desde el suelo, los libros que hay en los estantes de arriba y distinguirlos con claridad.
Mientras termina de atender a unos clientes suena el teléfono, es Margarita, el corazón comienza a golpear su pecho con fuerza, se le encasquilla la voz, Rosendo mueve la cabeza y sonríe, luego me va a decir que no está enamorado este niñato, lo piensa cariñosamente, a él le hubiera gustado que este sentimiento que tiene su ahijado, fuera correspondido en su día, cuando a él le pasó lo mismo, sabe lo que es estar enamorado, naturalmente que si, pero no fue, en su caso, más que un fugaz sueño de juventud. Se juró a si mismo, que nunca podría amar a nadie más que a Paquita, le entregó su corazón y se lo destrozó, eso le hizo volverse en un intratable al principio, luego, con el tiempo, se acomodó en esta postura de hombre solitario, pagaba por recibir amor de las mujeres públicas, que andaban buscando hombres por las esquinas de aquellas tortuosas calles. Realmente tuvo suerte, o eso dice el propio Rosendo, que le gustaran los libros desde que era muy pequeño, eso hizo que después de sus estudios primarios, se pusiera a trabajar con su padre en la librería que llevaba su apellido “Morgades”.
“Mañana pasaré el día fuera, ¿te parece bien Rosendo?”  “¿A que viene que me tengas que pedir permiso para esto?, aprovecha la vida hijo, no tienes más que una, sácale partido a las posibilidades que se te presentan, ahora bien, procura no hacerle daño a nadie, si lo haces… te pasarás el resto de tu vida lamentándolo”  “Ya lo entiendo, pero te juro que no es ese mi propósito Rosendo, creo que tienes razón en lo que me decías el otro día. Estoy enamorado de esta chica, creo que puedo llegar a quererla mucho, a amarla”  “¡Cuánto me alegra oírte decir esto!, recuerda que estamos hechos para esto, para amar, para tener a alguien a nuestro lado, pertenecer a otra persona es lo más lindo de la vida”
Los dos jóvenes, han subido al tren de Plaza Cataluña que los llevará a Las Planas, es un lugar muy bonito, en mitad de la naturaleza, han dejado la cesta de la comida en un merendero, y se han puesto a caminar por un sendero rodeados de pinos, encuentran en el suelo muchos piñones caídos de los pinos, paran entre unas rocas y se ponen a partirlos, él le da unos cuantos a ella, se los pone en la boca, ella hace lo propio con él. A la hora de la comida bajan de nuevo, después del delicioso paseo y recogen la cesta, pagan diez pesetas por barba, y se sientan en una mesa, a disfrutar de la comida que ha preparado Margarita, llevan consigo del bar del lugar, una botella de vino incluida en el precio que han pagado. Tortilla de patata y cebolla y filetes empanados, ríen juntos, hablan de los planes de futuro que cada cual tiene, con el atardecer llega la oscuridad, es hora de volver a la estación para coger el tren, van los dos cogidos de la mano. Ambos sienten, una especie de suave electricidad que tensa los músculos de sus cuerpos, a la espera del tren, de pie en el andén, finalmente se besan, es un beso fugaz, suave, respetuoso, no dejan de mirarse en todo el camino de vuelta.
Fernando se niega interiormente, a que coja el metro de vuelta a su casa, pero no hay más remedio, debe volver, le cuesta muchísimo desprenderse de sus manos en la estación del metro.  “Vaya cara que traes hijo… ¿ha pasado algo?”  “Si, que nos hemos dicho mutuamente que nos queremos, vamos a salir juntos, tenemos que conocernos, ambos debemos estar seguros de lo que hacemos, si es el caso que llegamos a algo”  “Claro que si hombre, debes intentarlo, ahora bien, tienes que poner los cinco sentidos si tienes algún propósito serio con Margarita”  “Lo tengo Rosendo, lo tengo, creo que es mi momento” Se ha dormido como un niño, entre sueños habla, cosas un tanto ininteligibles, pero Rosendo que está despierto aun, apuesta a que es algún sueño relacionado con Margarita, lo malo es, que ha menudo cuando despiertas de un sueño, no recuerdas de que se ha tratado, otras veces, lo vives tanto que ese sueño no se te olvida jamás, es como una mácula que se queda en el cerebro, una señal hecha con fuego simbólico.
Desde que están festejando, Fernando y Margarita se ven felices, contentos de haberse encontrado el uno al otro, lo refleja su actitud, sus ganas de hacer cosas juntos, Rosendo siente envidia, siendo como es un viejo achacoso, todavía siente dentro de su corazón, cierto amanecer hacia la juventud, recuerdos, pero ese sentimiento es una envidia sana, jamás le desearía nada malo a Fernando.  “A Margarita le pasa como a mí Rosendo, no tiene familia, bueno, en mi caso, tengo la mejor familia que hubiera podido desear, a ti, pero ella no tiene a nadie, absolutamente a nadie. Me parece increíble, que una persona tan joven, sea huérfana de familia, ya no solo de padres, si no, de cualquier otro pariente”  “Hijo… no te imaginas la de personas que hay por ahí que están en su misma circunstancia, la guerra civil primero, y la posguerra después, hicieron mucho daño a las familias, todavía saltan esquirlas de aquel desastre, familias desestructuradas, traumas que mucha gente sufre a causa de aquella barbarie”
A Rosendo le parece bien que si llegan a casarse, vivan en el piso.  “Si llega este día, te regalaré el piso, cambiaremos las escrituras de nombre y será vuestro”  “No, no, tenemos un trato Rosendo, te lo tengo alquilado”  “Pues entonces, será mi regalo de bodas hea, ya está decidido”  “Pero… es que no puedo aceptarlo, estás haciendo por mí mucho más de lo que nadie haría…”  “Por algo te considero mi ahijado, ¿quién crees que va a heredar todo lo que tengo, las hermanitas de la caridad? solo te pido que cuando muera, no cambies el nombre de la librería, debe seguir llamándose Morgades ¿te parece bien?”  “Si así lo quieres, así se hará. Quería pedirte una cosa Rosendo, ya ves como está el letrero exterior, está hecho una pena, el fondo negro está desconchado, y las letras de color oro deslucidas, parecen oxidadas, la gente entra aquí porque ya nos conocen, pero los que no saben de esta librería, pasan de largo, no llama la atención”. Rosendo se fue hacia la calle, se puso al otro lado de la acera, miró el letrero con atención, de lado a lado, se llevó una mano a la cabeza y volvió a entrar en la tienda.  “¡Es cierto Fernando, no me había dado cuenta, está hecho una pena!, encárgate tú de este asunto, ve a ver fabricantes de rótulos, o llámalos por teléfono, para que vengan, y te hagan un presupuesto. Pero atiende, pide varios presupuestos, hay que andarse con mucho ojo, hoy día hay mucho bribón suelto”   “De acuerdo, el lunes me encargo”
“Mire usted, quiero que cuando lo tengan hecho, vayan, descuelguen el otro y pongan el nuevo, no nos queremos quedar con la fachada en blanco ¿de acuerdo?”  “Bien, pero insisto que debería tener luz, hoy todos los  rótulos la tienen”  “No, no, lo quiero tal y como le he dicho, exactamente igual al que está puesto ahora, con el mismo color, con los mismos acabados que usted ha visto allí”  “Bien, quién paga manda señor” Margarita le acompaña, tiene unos días de fiesta, hasta el jueves no tiene que volver a la escuela. Fernando está feliz cuando va de su mano por la calle, en ocasiones la lleva del hombro y se arrima a ella, de vuelta a la librería, se queda con los dos hombres, y ayuda en aquello que es preciso.  “Esta chica tiene madera de librera Fernando, has dado con una buena chica”  “Eso creo yo Rosendo, a medida que pasan los días, la voy queriendo más, ¿sabes cual es una de las cualidades que más me gustan de ella?, la humildad que tiene, es un tesoro, de verdad. Cuando cerremos la librería, la quiero llevar al piso, para que lo vea, las mujeres son más creativas que los hombres para muchas cosas, especialmente, para asuntos que tienen que ver con la decoración y cosas por el estilo”  “Haces bien, déjate aconsejar por ella, colaborad juntos en todo cuanto podáis, eso une a las personas, muy buena idea Fernando”.
Cuando van, dando un paseo hasta la casa, Fernando lleva en el bolsillo, una copia de las llaves para ella, quiere que sienta, que esa, es su casa también. Hay que remozarla un poco por dentro, le falta una mano femenina, no significa que se llene de flores y de colores, pero hay cosas que sobran, y por otra parte, cosas que faltan, por lo menos para una pareja de novios. Margarita, expectante, mira el interior del piso, tiene unos techos altísimos, con cornucopias de escayola alrededor, ya no se lleva este tipo de decoración, pero sería difícil quitarlas, además, piensa en Fernando y el propio Rosendo, quizá le sentaría mal que se hicieran tantas reformas, ya habrá tiempo. En conjunto le hace ilusión ver el piso, los pocos vecinos que hay, se cuelga del cuello de Fernando y lo besa tiernamente  “¿De veras que quieres casarte conmigo?” lo mira a los ojos cuando le pregunta, parece que quiera leer su interior, mueve los ojos mirando alternativamente los ojos de Fernando que está refulgente de alegría, le ha adivinado la intención, quiere casarse con ella lo antes posible. Quiere disfrutar de su alegría, de su buen humor, de la sinceridad que emana Margarita.
Después de eso, entran en una taberna y comen unas tapas, unas cervezas bebidas a morro les sirven para brindar, él se mete la mano en el bolsillo, y le da el juego de llaves del piso, ella se queda un poco sorprendida  “¿Y eso, porqué me das las llaves?”  “Quiero que tengas las llaves para que te sientas libre de entrar y salir, hacer los arreglos que creas necesarios, si te hace  falta dinero para comprar algo, me lo dices, te lo daré. Cásate conmigo, te amo, quiero que estemos juntos, hasta el fin de nuestros días” Le sujeta las manos con fuerza, de los ojos de Margarita, brotan pequeñas lágrimas de alegría, es el momento de derramar lágrimas de contento. Por la mente de Fernando, pasa por un momento, el deseo de que se quede a dormir junto a él esa noche, pero no se atreve a pedírselo, ¿timidez, temor a una negativa de ella?, por si acaso lo deja correr, ya habrá tiempo… La acompaña al metro, en las escaleras de bajada a la estación le da un beso en los labios  “Que duermas bien mi amor”, lo mira con dulzura  “Buenas noches Fernando, hasta mañana”.
Vuelve a la librería y entra silbando  “¡Míralo él que contento llega!”  “Sí, estoy muy contento…” se acerca a su padre adoptivo, le sujeta la cara con las dos manos ante la sorpresa de Rosendo, y le estampa dos besos, unos en cada mejilla, el viejo se queda parado, es la primera vez que recibe por parte de Fernando un saludo de este tipo, una expresión de euforia posee a Fernando  “Oye, a mí no me vengas con mariconadas ¿vale chaval?”  “No es ninguna mariconada, ¡es la alegría que tengo Rosendo!”   “Bueno, siendo así vale” el viejo de los libros, ríe por dentro, se alegra igual o más si cabe que el propio Fernando, al verlo tan feliz.
Por la mañana, temprano, Rosendo abre la vieja Garland, saca de allí un par de libros de los que guarda con tanto celo  “Fernando, hoy va a venir un señor de la embajada de estados unidos, quiere comprarnos estos libros, se conoce que un amigo al que tengo en mucho aprecio, le ha hablado de que yo, tengo estos libros que por tanto tiempo ha estado buscando, vamos a ver si los compra, si es así, hoy nos vamos de cena los tres ¿qué te parece la idea?”  “Buena si es lo que usted quiere, usted siempre toma buenas decisiones, por otra parte, me alegro que los tenga y que puedan hacerle servicio a alguien”  “Es verdad, yo los he tenido aquí dentro demasiado tiempo, les ha llegado el momento de volar a otros confines. Los van a exponer en una galería de Nueva York, ahí es nada”  “No se deje enredar, que los paguen, que los americanos tienen mucho dinero” Rosendo se ríe a gusto, empieza a ver, que Fernando se informa de las cosas, que es un hombre listo, será difícil que alguien lo enrede, el más simple tratado que la gente quiere adquirir en la librería, y que alguien que lo desea quiere minimizar su importancia, él, antes ya lo ha leído, ha consultado libros de valoración de obras, en una palabra, lo tiene casi todo controlado.

                                                                    Cap8

Margarita, ha traído al piso a un par de amigas de la escuela, ha efectuado algunos cambios que le parecían necesarios, ha comprado un par de muebles auxiliares que a la vez que útiles sirven de decoración, ha cambiado el color de la pintura de algunas paredes, en un par de puertas que están enmarcadas en cristal, a hecho poner unos cristales nuevos biselados, con motivos de garzas entre las marismas, han quedado preciosas. Esto lo combina con el trabajo en la librería, de la escuela ya se ha despedido, Fernando se lo ha pedido hace tiempo, porque le hace falta a alguien que se haga cargo del negocio junto con él, Rosendo ya está muy débil, sus cadavéricas manos, las grandes manchas en la piel, las piernas ennegrecidas, la pérdida del cabello de manera sorprendentemente rápida, deja ver que está enfermo aunque él no dice nada.
No se ve a la vista, medicamento alguno para paliar la posible enfermedad que lo consume. Eso es lo que piensa Fernando, que está enfermo y no dice nada, pero ¿quién destapa la caja de los truenos?, Rosendo es muy suyo, no permite entrar a nadie en determinadas cosas, no quiere herir sus sentimientos, de vez en cuando Fernando le sugiere que tome una aspirina, le han dicho que va bien para el corazón, pero Rosendo pasa de estos consejos, lo mira de reojo, le contesta  “Si te duele la cabeza, tómatela tú, a mí no me duele nada” Con el trajín que tiene Fernando, en lo que a libros se refiere, buscando determinados ejemplares que le piden, visitando escuelas y bibliotecas, se olvida de su padre adoptivo, como sea que lo ve cada día, se imagina que todo va bien.  “Rosendo está mal Fernando, creo que tendríamos que convencerlo que fuera al médico”  “Imposible, te lo digo con anticipación, si se le propone algo así, es capaz de enviarnos al infierno, lo conozco” Margarita sufre al ver al viejo, apoyado en un bastón improvisado hecho con un listón de madera, que además le hiere la palma de la mano, a una tienda de complementos, la mayoría son de segunda mano, encuentra bastones que han sido lijados y barnizados de nuevo, con los tacos de goma nuevos, compra uno y se lo lleva a la librería, Rosendo lo acepta con gusto  “Vaya, ves, este si que es un regalo útil, gracias Margarita” ella le da un beso y le dice que no se fatigue  “¿Porqué no se sienta y aprende a mirar como trabajan los demás? se lo dice sonriendo, no quiere que se ofenda.
El americano de la embajada, ha llegado con determinado séquito, cuatro gorilas le acompañan, Fernando no sabía que existía gente así de grande  “¡Madre mía, vaya tipos!, esos te dan con el puño en la cabeza y te hunden en el suelo”  “Buenos días, de parte del embajador vengo a decirles que el viernes los espera con los libros en la embajada, los vendrán a recoger a las seis de la tarde”  “Dígale al embajador, que los libros no salen de la librería, si los quiere, que venga aquí, o que envíe a alguien lo mismo me da, pero los libros se quedan aquí”  “Está demasiado ocupado para venir señor…”  “¿Qué le hace pensar que a nosotros nos sobra el tiempo? ¿Sabe usted el trabajo que nosotros tenemos aquí?, no tengo inconveniente en venderle los libros, pero con esa condición, no tengo nada más que añadir señor”
La conversación con Rosendo, sorprendió notablemente al representante del embajador, no se enfadó, no discutió con él, se limitó a calarse de nuevo el sombrero, después de saludar, dijo que transmitiría sus condiciones al señor embajador. Lo llamarían por teléfono, eso fue todo. Fernando se sintió algo violentado por esa circunstancia  “¿Y si no vuelven qué?”  “Pues que no vuelvan, no pasa nada, pero me apuesto contigo una buena merienda a que volverán, y esta vez, para quedarse con los libros” Dio media vuelta apoyado en su nuevo bastón, y riendo, se acostó en la cama. La pareja se quedó mirando el uno al otro, como dos pasmarotes, Fernando con la boca abierta, Margarita al ver la expresión de Fernando se llevó una mano a la boca y se rió.  “Pues yo creo que sabe lo que hace, fíjate, este hombre es sorprendente, me hubiera gustado conocerlo de joven”
“Buenos días señor, soy Eric Norman, ¿le puede decir al señor Rosendo que el embajador está aquí? Venía acompañado de otro hombre, los dos solos esta vez, Fernando entró en la trastienda y llevó el recado a Rosendo, este salió al cabo de unos minutos  “Buenos días, usted dirá”  “Vengo a ver los libros de los que hablamos por teléfono, si le va bien ahora”  “Si claro, pase por favor, Fernando ven por favor, te necesito” El joven abrió la caja fuerte, se sabía la combinación de memoria, de ella sacó los incunables, al embajador se le pusieron los ojos como platos al verlos, se caló sobre la nariz unas gafas estilo Truman y los miró atentamente, luego, dejó que el hombre que lo acompañaba hiciera lo propio.  “¿Sabe usted cuantos de estos libros hay en todo el mundo?”  “Creo que son diez o doce, como mucho, pero hay unos cuantos de estos que se han perdido, no se sabe muy bien donde están”  “Según el valor en el mercado de estos libros, creo que rondan las seiscientas mil pesetas el ejemplar”  “Señor estos libros no pueden estar catalogados en el mercado, sencillamente, porque nadie sabe cuantos hay, ni quién los tiene”  “Bueno… es una manera de hablar”  “Lo siento pero no es modo de hablar de estos en concreto”  “Pues entonces proponga usted el precio”  “Esto ya es más razonable ¿ve usted?, para mí, estos libros tienen un valor incalculable, pero vivimos en un mundo donde todo tiene un precio, el mío es de setecientas veinte mil pesetas cada uno” Fernando, apostado al lado de la puerta entreabierta de la caja fuerte, tenía la piel de gallina, jamás había escuchado tan de cerca, estas cantidades de dinero  “De acuerdo, le daré un cheque conformado del banco Hispano Americano, ¿le parece?”  “Me parece bien, si no le importa, mi ahijado irá con usted o su acompañante, para ver si está conforme esta cantidad en la cuenta”  “Lógico, me parece bien, está en su derecho, yo haría lo mismo si estuviera en su lugar”  “Me alegro de que lo comprenda”
Así cambiaron de mano los libros, Rosendo, acompañado por Fernando, se acercaron al Banco provincial de Cataluña, para ingresar el dinero, en la cuenta que Rosendo abrió a nombre de Fernando. Este se sorprendió al ver que la cuenta estaba a su nombre, que había más dinero metido allí, no podía dar crédito a lo que veía.  “El sucesor de Morgades, eso es lo que eres tú Fernando, mi sucesor” No fue capaz de articular palabra, toda una fortuna a su nombre cuando él, no había hecho nada por merecerla.  “No lo olvides, nuca he tenido nada ni a nadie como a ti te tengo, créeme, esto, que te puede parecer un disparate, es lo creo que debo hacer por ti, bueno, por vosotros mejor dicho” Fernando no pudo responder a esta palabras, estaba abrumado, no por el dinero, si no por la consideración en que lo tenía Rosendo, en la estima en que lo colocaba.
Después de hablar los tres, sobre como lo celebrarían, decidieron ir a comer en lugar de cenar, el organismo de Rosendo ya no está para estos excesos. Han escogido una marisquería de la Vía Layetana, habrían podido ir a cualquier otro lugar, pero Fernando pensó que un buen restaurante lo más cerca posible de casa, le iría mejor a Rosendo, acostumbraba a hacer la siesta, no estaba para muchas batallas, andar arriba y abajo. Después de la comida, cuando volvían a casa en taxi, Fernando notó la cabeza de Rosendo, se dormía sobre su hombro, con penas y fatigas lo sacaron del taxi, con la ayuda del propio taxista, y entraron en la librería, antes de entrar en ella, Rosendo levantó la cabeza al rótulo que anunciaba librería Morgades  “Ha quedado muy bonito el rótulo Fernando, has hecho muy buen trabajo” lo acostaron sacándole los zapatos y aflojándole el cinturón del pantalón, Fernando lo cubrió con una manta, “Descansa padre, descansa” le dio un beso en la frente y salió de la tienda, sacó un cigarrillo de la pitillera, y junto a Margarita, se dispuso a fumárselo  “Creo que se está yendo Margarita, está consumido, lo que todavía lo sostiene, creo que son las ganas de vivir que tiene”  “Sí, el pobre está muy cansado”
Esa tarde, el viejo de los libros, se fundió con el escenario en el que había vivido casi toda su vida, levantaron la persiana metálica para abrir la librería, se pusieron los dos los guardapolvos, desde dentro de la trastienda se oyó una débil voz que dijo  “¡Hijos, sed felices!” después de eso un estertor mortal se apoderó de él, una especie de ronquido quedo, les comunicaba sin palabra alguna que ya estaba a las puertas de la muerte, y así, expiró.


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