lunes, 9 de junio de 2014

SOPLO DE AIRE FRESCO.


                    SOPLO DE AIRE FRESCO.


He pasado media vida sin aire, si, ahogado en una especie de cubículo, sin saber muy bien cuando podría salir de allí, a decir verdad, todos estos años a los que me refiero, los he pasado bien acompañado en general. Hasta que de pronto, entró la luz en aquel espacio sórdido, una mano blanca, un brazo desnudo tiró de mí hacia fuera, la luz exterior me cegó, todo mi cuerpo comenzó a temblar, cual hoja de árbol a punto de desprenderse de su rama.
De pronto, la luz, el entorno donde me encontré, me abrazó acompañado de la sinfonía de miles de pájaros multicolores, que celebraban la liberación. Quedé tan sorprendido, que no podía más que mirar a mí alrededor, sin ver quién había propiciado aquel milagro. Pasados unos minutos, alguien se acercó a mí, sentí su presencia a mis espaldas, no habló, no percibí más que su dulce sombra delante de mí, envuelta en un vestido de gasas de colores indefinibles, se puso ante mi rostro y solo sopló delante del rostro.
No puedo explicar lo que sentí, dentro del cuerpo noté, una especie de corriente, que ponía en marcha la maquinaria que por tanto tiempo había estado parada, me insufló la vida, como si naciera de nuevo, me cogió de la mano, sin hablar me condujo a un sendero, por el que las ardillas, conejos, pájaros, búhos protegían. Se inclinaban a su paso, en señal de respeto, deduje que era su creadora, que todos ellos estaban allí por gracia de aquella hada.
Comencé a asimilar aquella nueva vida, que estaba naciendo en mi interior, quién era aquella dama, que ni siquiera necesitaba caminar para seguir adelante, flotaba en el espacio, de pronto paramos junto a un estanque, el sol comenzaba a calentar, debió intuir que lo necesitaba para fortalecer mis cansados huesos, mientras, dos aves del paraíso, estaban entretejiendo una corona de exquisitas flores, que luego pusieron sobre su cabeza.
No me atreví a mirarla a los ojos, no quería romper el hechizo que estaba viviendo en aquel instante. De pronto pensé, que si en aquel momento muriera lo haría tranquilo, de su mano emanaba paz, sentí una serenidad infinita.
Vamos, sigamos, me dijo. No podía andar más rápido que ella, algo me obligaba a seguir su paso, no sé que era, pero me retenía. El sendero era plano, adornado por la hierba virgen, como si hiciera siglos que nadie hubiera pasado por él, en un recodo del sendero, adornado por una higuera remecida de higos, dimos con una era, en la que al final, había una casa. Parecía sacada de un cuento, hecha de troncos y techada con pizarra, tiró suavemente de mi mano adelantándome a ella, aquí está tu casa me dijo.
Me volví para mirarla, y descubrí en esa hada a la mujer de mis sueños, la soñaba cada día mientras estuve en aquel cubículo, era casi ridículo, ¿Cómo podía ser eso así? Temeroso, obedecí, caminé hacia la casa, entré en ella, en la entrada estaba mi calzado, de una percha colgaba mi abrigo, mi sorpresa fue tal que salí de nuevo a la era, ella había desaparecido.
Desde el interior de la casa oí una voz que me llamaba, Adonde vas cariño, es hora de comer, venga ya puedes sentarte a la mesa. Me volví hacia la voz, era ella, no sé como sucedió, pero se había transformado en mi mujer, se acercó a mí y me dio un beso, No soy ningún fantasma, pareces asustado, ¿pasa algo ahí afuera? No, solo que…



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