EL LIBRO DE
LAS SENDAS
Lo
he visto en una vieja librería, estaba en el escaparate, la portada ilustrada
por un tal Tello, es un dibujo tipo naif, de colores muy vivos, donde se ve un
gran valle al fondo, surcado por un río, a su alrededor, muchos caminos que
parecen haber sido consecuencia natural, del paso continuado de personas y
animales, o solo de animales ve tú a saber porque la ilustración no lo explica.
El
libro si, en su interior, se cuenta la historia de un viejo que se pierde en
mitad del bosque. Pasa por muchas agonías con tal de encontrar agua,
imprescindible para seguir con vida, a fuerza de perderse, de dar vueltas en
medio de la vegetación y árboles milenarios, de agotarse y obligarse a
descansar durante días enteros, después del esfuerzo realizado, vuelve a
emprender la marcha, por fin, encuentra una pequeña filtración entre una masa
rocosa, que le proporciona el alivio que tanto necesitaba.
Sigue
con cuidado, el pequeño caudal que va dejando el agua a su paso, ahora, tiene
que ir agarrándose a los árboles más delgados a fin de poder seguir
descendiendo, en un intrincado recodo de hacen las rocas, encuentra una charca,
lo suficientemente profunda como para poder sentarse en el fondo y lavarse. El
agua está muy fría a pesar de ser verano, mientras se frota concienzudamente el
cuerpo con unas hojas arrancadas de un matorral, ve de pronto, que unos peces
viven en aquella charca. ¡Que a gusto se comería uno de ellos, si pudiera
atraparlo!
Pero,
quién ni siquiera sabe de donde viene, si sabe pescar o no, no tiene seguridad
alguna de poder satisfacer el hambre teniendo que ingeniárselas solo. Por no
saber, no sabe ni hacer fuego, ¿cómo va pues a cocinar lo que pueda caer en sus
manos? El hambre le aguza el ingenio, y la lógica le dice, que primero es el
fuego, luego, lo que haya que cocinar en él, así pasa toda la tarde, pensando,
sopesando su circunstancia, aguzando el oído a la vez que piensa, el bosque
comienza a hacer ruidos que no imaginaba. ¿Y si hubiera algún animal al acecho
para comérselo a él? se le erizan los pelos con solo pensarlo, un escalofrío le
recorre la columna vertebral.
A la
necesidad de fuego, se une la urgencia de encontrar un lugar seguro donde pasar
la noche, eso lo desespera un poco, demasiadas cosas en las que pensar a la
vez. Pero como ni siquiera sabe de donde viene, va perdido, no sabe ordenar,
organizarse, ponderar la situación. Ya se echa encima la noche, no hay tiempo
para nada más que encontrar un sitio para dormir, improvisa un pequeño chamizo,
a base de cortar las ramas de un arbusto, las troncha y las apoya en el tronco
de un árbol con la parte del ramaje en el suelo. Desciende la temperatura, no
es que vaya a congelarse, pero caramba con el bosque, vaya sorpresa. Las ramas
no se mueven del lugar donde las ha anclado, entre la corteza del gran pino
bajo el que está resguardado, con hierva larga también arrancada del suelo, ha
improvisado una cama bastante blanda.
Así,
encogido como imagina que debería estar en el vientre de su madre antes que lo
pariera, en posición fetal, abrigándose con sus propios brazos cruzados sobre
el pecho, se duerme, el agotamiento y el hambre, producen estos síntomas a
veces. El dulce rumor del agua yendo a parar al estanque, lo despierta, ahora
si que en su interior, en lo más profundo de su estómago, parece haber alguien
rugiendo, como si desde dentro alguien alzara una voz grotesca “Oye, ¿vamos a
comer un poco no?”.
Si,
tienes razón, hay que hacer lo que sea necesario, para poder seguir de pie. Y a
eso va, pero cómo, está por descubrirse,
no sabe como hacerlo, en algún lugar escuchó una vez, que si te pierdes en el
bosque, o tienes la intención de llegar a algún lugar concreto, el sol puede
ser de gran ayuda, pero el sol no aparece esa mañana, solo una niebla recia,
que en determinados lugares se podría cortar con un cuchillo, le impide ver más
allá de unos cuantos metros. Sin darse cuenta, lleva en la mano un garrote, una
rama bastante resistente, que en teoría, debería ayudarle a progresar por
aquella inmensa maraña de verdor salvaje.
Cual
si fuera un cavernícola, camina y camina sin detenerse, se da cuenta de por
donde descendió el día anterior, reconoce algunos árboles inconfundibles, rocas
que parecen haber surgido del Averno, el lugar de las almas muertas. Unas son
colosales y verdes, un verde oscuro y tétrico, otras están llenas de vida, de
líquenes que permanecen sobre ellas como el óxido del bosque. Algo en su
interior le dice que debe llegar a ese montículo rocoso, no lo había visto
antes, ayer no se apercibió de él, hoy parece haber surgido de la tierra para
brindarle una atalaya desde la que poder orientarse.
Resbalando
entre la humedad depositada en el suelo, agarrándose a las piedras que le
sirven de agarradero, llega arriba.
¡Es
maravilloso…!, desde este lugar ve el valle de la ilustración del libro, los
contraluces que los reflejos del sol le confieren a esta tierra próxima, le
hacen sonreír con satisfacción. Desciende por una de las sendas que recuerda
que estaban trazadas en la portada del libro, solo tiene que caminar unos
cuantos metros y de pronto, aparecen conejos al lado de una pequeña pradera
protegida con una vaya natural de zarzas. Se agacha y los acecha, sin hacer
ruido, coge una piedra redonda del camino, y cuando uno de ellos se acerca
confiadamente, se levanta y sin darles tiempo a reaccionar, la lanza con todas
sus fuerzas contra las decenas de animales que allí están confiadamente
comiendo.
Ya
tiene comida, uno de los conejos, aunque herido de muerte, está dando patadas
en el suelo, de lado, con los ojos muy abiertos, los demás han desaparecido
como por ensalmo, en un instante, ¡que rápidos que son estos animales! El palo
que lleva en la mano, le sirve para acortar la angustia del animal, sujeto por
las patas traseras y puesto sobre el hombro, camina con satisfacción, camino
del gran valle que se extiende un poco más allá. A fuerza de apretar el paso,
llega a un río que parecía haber desaparecido de su vista, ha sido como una
aparición, del camino de tierra ha pasado ahora a caminar sobre piedras de río,
redondas y grandes, el sol en el valle ha salido con todo su esplendor. Se
alegra por ello, deja el conejo muerto sobre la roca, y se recuesta, escuchando
el sonido cantarín de las aguas del río.
Casi
se ha dormido, un sueño reparador lo lleva a un sueño profundo donde ve una
casa hecha de madera, rústica, construida con troncos fuertemente entrelazados
entre sí, es sencilla pero es su casa, sueña. Una sombra que impide que el sol
llegue a su cuerpo emerge de alguna parte, es una mujer esbelta, morena,
vestida únicamente, con una especie de camisola, que deja al descubierto sus
muslos.
¿Dónde
has estado todo este tiempo? eres imposible… no tengo forma de convencerte que
no puedes ausentarte tanto tiempo de casa, es peligroso, un día de estos,
alguien descubrirá alguna de las sendas que dejas a tu paso. Cuando eso suceda,
piensa amor mío que nuestra vida, dejará de ser una vida tranquila, ¡no te
expongas tanto por favor, te lo ruego!
¿Cómo,
que haces tú aquí? no te conozco, por favor ponte de lado, no veo tu cara al
contraluz.
Soy
tu mujer… ¿qué estás diciendo?, otra vez estos sueños…, me da la impresión que
no eres feliz aquí, conmigo, y yo tampoco lo soy en tu mundo. Tendremos que
decidir que hacer, así no podemos continuar, a mí me da miedo vivir donde tu
estabas, por esa razón vinimos a buscar este lugar, pero que andes siempre por
ahí, me da la sensación que quieres escapar de mí.
No
mujer, no digas eso, solo que cuando salgo de este entorno, me transmuto, creo
que solo quiero conocer nuestro entorno mejor, no quiero que nadie nos haga
daño. Patrullo el bosque en pos de encontrar cualquier otro lugar seguro, si
algo perturba nuestra vida aquí. Mira en esta salida he encontrado un conejo,
tómalo lo guisaremos, ahora solo tenemos que aprender a hacer fuego.
¿Hacer
fuego…? ven conmigo, vamos para casa, estás hecho un desastre, todavía queda
guiso de ciervo, el que cazaste anteayer con el arco, ¿recuerdas?
¡A
claro, el que cacé…! si, vamos, necesito comer algo, tengo hambre. Por cierto…
¿sabes como termina el libro? La mujer se lo queda mirando con cara de
sorpresa, pero no se alarma demasiado, está acostumbrada a estas fabulaciones
de su marido.
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