domingo, 8 de junio de 2014

ASOMBRADO


                                 ASOMBRADO.


Si es cierto que allí, entre los gigantes quietos que acogen a miles de hombres, se es feliz, debemos saberlo, escojamos a uno de nuestros guerreros, para que vaya y nos de la información oportuna, pelearemos contra ellos, nuestros dioses nos ayudarán.
Escogen a Oriacán, este, de baja estatura, decorado con pinturas originales en su piel, con una fina varilla de madera que atraviesa su nariz, y tres del mismo material que atraviesan su labio inferior, se presenta ante los chamanes. Escucha el encargo que se le encomienda, está temblando, no es que sea débil ni cobarde, ni mucho menos, pero el encargo que se le da, lo llena de miedo indefinible, lleva un pequeño taparrabos hecho de fibras vegetales, los pies desnudos.
Se le pide que no pierda su dignidad bajo ningún concepto, esas gentes de ahí abajo, tienen que saber que esta metrópolis donde habitan, siempre ha sido de los yanomamis o yanomamos, si es cierto que ahora son poco más de dieciséis mil, pero en otros tiempos ocupaban muchos asentamientos. “Los hombres”, que es lo que significa su nombre, tenían un territorio inmenso antes de que llegara el hombre blanco, a destruir las riquezas, que se escondían en lo más profundo de la selva. Cuando ven sobrevolar sobre sus Teca a los aviones o helicópteros no dudan en lanzarles sus rústicas lanzas, esos espacios son sagrados para ellos, inviolables, tal es el orgullo que tienen de ser los primeros pobladores de esta selva, a orillas del Orinoco.
La mujer de Oriacán está triste, asombrosamente no llora, sabe que es un deber que ha de cumplir para con toda la tribu, pero la incertidumbre de lo que le pueda pasar en manos de extraños, la hace sentirse inquieta además de apesadumbrada. Armado con sus habituales lanzas, cerbatana y dardos envenenados en su espalda, dentro de una caña de bambú, inicia la marcha. Durante el largo camino, puede que se enfrente a peligros que jamás ha experimentado, no imagina cuales pueden ser, por eso camina con soltura pero atención, a los ruidos que no sean los habituales de la selva. Conoce los cantos de todos los pájaros que la habitan, los monos que le servirán de alimento durante la travesía, no tiene dudas en lo respecta a su habilidad para darles caza, y alimentarse de ellos.
Al cabo de una semana, se encuentra con un campamento maderero, han abierto una brecha inmensa en mitad del verdor de la selva, queda estupefacto, máquinas imposibles de describir para él, cortan los troncos, mientras otras, de color amarillo, arrastrándose sobre cadenas, se llevan los troncos hasta inmensos animales, que rugen como jamás ha oído a ningún animal rugir en la selva. Su curiosidad y sorpresa es tal, que imprudentemente se deja ver por unos hombres que van armados con aparatos que lanzan pequeños dardos a la velocidad del viento, ha escapado, a pesar de ir descalzo, se escurre de aquellos hombres armados. El conoce la selva, sabe exactamente por donde debe pisar, corre ayudado por los dioses, hasta que no le queda resuello.
Se camufla entre la vegetación y al lado de un rio, busca unas piedras que machacándolas, producen una pintura verde, se la aplica por todo el cuerpo, tiene que ser más cuidadoso. Esa explotación de madera, le sirve de camino para llegar a las afueras de la ciudad, no puede dar crédito a lo que ven sus ojos, miles y miles de personas, un auténtico enjambre de ellos, cruzan calles, conducen caballos de hierro, entran y salen de grandes colmenas, si se pone de pie ante ellas, la vista no le alcanza a ver, el final de aquellas construcciones.
Triste, se acurruca a pasar la noche al lado de unas sencillas casas hechas de chapas metálicas, se asoma a una ventana, dentro hay luz, una familia está comiendo junto a una mesa alta, sobre platos, mientras todos en el interior, están con la mirada fija en un aparato cuadrado, en el que se ve a personas vestidas extrañamente, hablando en un idioma que él desconoce, alguien vuelve la vista hacía el exterior, lo han descubierto, trata de esconderse pero un hombre sale de la casa y le indica que entre. Si hay algo que los yanomamis sean capaces de percibir, son las intenciones de la gente, de manera que medio encogido y temeroso entra en la casa.
Hablan portugués le dicen, pero son indios Uruak o Arutanis, ellos también dejaron la selva, después de que los hombres blancos entraran en su poblado y mataran a cuantos encontraron. Después de eso, emprendieron la marcha hasta llegar a la ciudad, sus poblados estaban junto al delta del río Amaruco, ahora, aquí en Ciudad Bolívar, llevaban una existencia pobre pero con suficientes medios para llevar adelante a su familia. Cuando llegaron a Ciudad Bolívar, tuvieron que aprender español, pero con esfuerzo lo consiguieron, su mujer trabaja limpiando oficinas, los tres niños estudian y deben quedarse en casa solos unas cuantas horas al día, él trabaja por un mísero sueldo en un matadero de reses, le permiten llevarse a casa algunos despojos que su mujer se esfuerza en cocinar bien. ¡Echan de menos tantas cosas de su vida anterior! Por poco que podáis, resistid en vuestro territorio, aquí no hay más que miseria y contaminación le dice Selai, y no os planteéis pelear contra esta gente, se han hecho fuertes en esta ciudad y todas las demás que nos han quitado.
Selai le ha dado un pantalón corto y una camiseta, no puede ir por ahí enseñando sus vergüenzas, Oriacún no entiende nada, ¿porqué debería vestirse así, cuando toda la vida se ha vestido del mismo modo?. Le dejan dormir sobre un jergón en el suelo, abrazado a sus armas, en posición fetal, no está acostumbrado a esta forma de descanso, él duerme sobre un chinchorro, atado a dos postes de la casa comunal que comparte con todo su pueblo.
Ya ha tenido suficiente, al siguiente día vuelve para el poblado, ¿Cómo les va a explicar todo lo que ha visto y oído a los chamanes? Es seguro que lo recibirán con alegría, sobre todo, su esposa y sus hijos, los otros guerreros y chamanes, consumirán con él yopo, soplado desde la punta de una caña, que le hará ser a la vez, jaguar y anaconda, que lo sumirá en una alucinación que para él no lo es, es la realidad que cualquier yanomamo que se precie debe sentir, si quiere seguir formando parte de la comunidad, su familia a través de esta ensoñación que tendrá después del vómito, estará protegida, lejos de los espíritus malignos que vagan por la selva, intentando llevarse consigo a niños, personas enfermas o ancianos. Sus cantos, danzas y exclamaciones, dando saltos alrededor del shabono –poblado semicircular donde habitan-.

Es poco menos que inexplicable como viven esas gentes, con ellos conviven cierta cantidad de hermanos nuestros, que se han asentado en estas grandes ciudades, a unos los masacraron en sus poblados y tuvieron que huir, a otros los han echado de la selva, por el afán de llevarse la madre de los grandes árboles que nos protegen. Si no se han querido marchar, los han matado, a machetazos o con armas que escupen fuego por la punta, es muy triste, no puedo más que llegar a la conclusión de que son personas muy poderosas, ayudadas por el gobierno, eso es todo cuanto tengo que deciros. De cómo viven y sus costumbres, se me hace muy difícil explicar nada, de cualquier modo, muchos dirían al oír lo que he visto que me he vuelto loco.


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