ASOMBRADO.
Si
es cierto que allí, entre los gigantes quietos que acogen a miles de hombres,
se es feliz, debemos saberlo, escojamos a uno de nuestros guerreros, para que
vaya y nos de la información oportuna, pelearemos contra ellos, nuestros dioses
nos ayudarán.
Escogen
a Oriacán, este, de baja estatura, decorado con pinturas originales en su piel,
con una fina varilla de madera que atraviesa su nariz, y tres del mismo
material que atraviesan su labio inferior, se presenta ante los chamanes.
Escucha el encargo que se le encomienda, está temblando, no es que sea débil ni
cobarde, ni mucho menos, pero el encargo que se le da, lo llena de miedo
indefinible, lleva un pequeño taparrabos hecho de fibras vegetales, los pies
desnudos.
Se
le pide que no pierda su dignidad bajo ningún concepto, esas gentes de ahí
abajo, tienen que saber que esta metrópolis donde habitan, siempre ha sido de
los yanomamis o yanomamos, si es cierto que ahora son poco más de dieciséis
mil, pero en otros tiempos ocupaban muchos asentamientos. “Los hombres”, que es
lo que significa su nombre, tenían un territorio inmenso antes de que llegara
el hombre blanco, a destruir las riquezas, que se escondían en lo más profundo
de la selva. Cuando ven sobrevolar sobre sus Teca a los aviones o helicópteros
no dudan en lanzarles sus rústicas lanzas, esos espacios son sagrados para
ellos, inviolables, tal es el orgullo que tienen de ser los primeros pobladores
de esta selva, a orillas del Orinoco.
La
mujer de Oriacán está triste, asombrosamente no llora, sabe que es un deber que
ha de cumplir para con toda la tribu, pero la incertidumbre de lo que le pueda
pasar en manos de extraños, la hace sentirse inquieta además de apesadumbrada.
Armado con sus habituales lanzas, cerbatana y dardos envenenados en su espalda,
dentro de una caña de bambú, inicia la marcha. Durante el largo camino, puede
que se enfrente a peligros que jamás ha experimentado, no imagina cuales pueden
ser, por eso camina con soltura pero atención, a los ruidos que no sean los
habituales de la selva. Conoce los cantos de todos los pájaros que la habitan,
los monos que le servirán de alimento durante la travesía, no tiene dudas en lo
respecta a su habilidad para darles caza, y alimentarse de ellos.
Al
cabo de una semana, se encuentra con un campamento maderero, han abierto una
brecha inmensa en mitad del verdor de la selva, queda estupefacto, máquinas
imposibles de describir para él, cortan los troncos, mientras otras, de color
amarillo, arrastrándose sobre cadenas, se llevan los troncos hasta inmensos
animales, que rugen como jamás ha oído a ningún animal rugir en la selva. Su
curiosidad y sorpresa es tal, que imprudentemente se deja ver por unos hombres
que van armados con aparatos que lanzan pequeños dardos a la velocidad del
viento, ha escapado, a pesar de ir descalzo, se escurre de aquellos hombres
armados. El conoce la selva, sabe exactamente por donde debe pisar, corre
ayudado por los dioses, hasta que no le queda resuello.
Se
camufla entre la vegetación y al lado de un rio, busca unas piedras que
machacándolas, producen una pintura verde, se la aplica por todo el cuerpo,
tiene que ser más cuidadoso. Esa explotación de madera, le sirve de camino para
llegar a las afueras de la ciudad, no puede dar crédito a lo que ven sus ojos,
miles y miles de personas, un auténtico enjambre de ellos, cruzan calles,
conducen caballos de hierro, entran y salen de grandes colmenas, si se pone de
pie ante ellas, la vista no le alcanza a ver, el final de aquellas construcciones.
Triste,
se acurruca a pasar la noche al lado de unas sencillas casas hechas de chapas
metálicas, se asoma a una ventana, dentro hay luz, una familia está comiendo
junto a una mesa alta, sobre platos, mientras todos en el interior, están con
la mirada fija en un aparato cuadrado, en el que se ve a personas vestidas
extrañamente, hablando en un idioma que él desconoce, alguien vuelve la vista
hacía el exterior, lo han descubierto, trata de esconderse pero un hombre sale
de la casa y le indica que entre. Si hay algo que los yanomamis sean capaces de
percibir, son las intenciones de la gente, de manera que medio encogido y
temeroso entra en la casa.
Hablan
portugués le dicen, pero son indios Uruak o Arutanis, ellos también dejaron la
selva, después de que los hombres blancos entraran en su poblado y mataran a
cuantos encontraron. Después de eso, emprendieron la marcha hasta llegar a la
ciudad, sus poblados estaban junto al delta del río Amaruco, ahora, aquí en
Ciudad Bolívar, llevaban una existencia pobre pero con suficientes medios para
llevar adelante a su familia. Cuando llegaron a Ciudad Bolívar, tuvieron que
aprender español, pero con esfuerzo lo consiguieron, su mujer trabaja limpiando
oficinas, los tres niños estudian y deben quedarse en casa solos unas cuantas
horas al día, él trabaja por un mísero sueldo en un matadero de reses, le
permiten llevarse a casa algunos despojos que su mujer se esfuerza en cocinar
bien. ¡Echan de menos tantas cosas de su vida anterior! Por poco que podáis,
resistid en vuestro territorio, aquí no hay más que miseria y contaminación le
dice Selai, y no os planteéis pelear contra esta gente, se han hecho fuertes en
esta ciudad y todas las demás que nos han quitado.
Selai
le ha dado un pantalón corto y una camiseta, no puede ir por ahí enseñando sus
vergüenzas, Oriacún no entiende nada, ¿porqué debería vestirse así, cuando toda
la vida se ha vestido del mismo modo?. Le dejan dormir sobre un jergón en el
suelo, abrazado a sus armas, en posición fetal, no está acostumbrado a esta forma
de descanso, él duerme sobre un chinchorro, atado a dos postes de la casa
comunal que comparte con todo su pueblo.
Ya
ha tenido suficiente, al siguiente día vuelve para el poblado, ¿Cómo les va a
explicar todo lo que ha visto y oído a los chamanes? Es seguro que lo recibirán
con alegría, sobre todo, su esposa y sus hijos, los otros guerreros y chamanes,
consumirán con él yopo, soplado desde la punta de una caña, que le hará ser a
la vez, jaguar y anaconda, que lo sumirá en una alucinación que para él no lo
es, es la realidad que cualquier yanomamo que se precie debe sentir, si quiere
seguir formando parte de la comunidad, su familia a través de esta ensoñación
que tendrá después del vómito, estará protegida, lejos de los espíritus
malignos que vagan por la selva, intentando llevarse consigo a niños, personas
enfermas o ancianos. Sus cantos, danzas y exclamaciones, dando saltos alrededor
del shabono –poblado semicircular donde habitan-.
Es
poco menos que inexplicable como viven esas gentes, con ellos conviven cierta
cantidad de hermanos nuestros, que se han asentado en estas grandes ciudades, a
unos los masacraron en sus poblados y tuvieron que huir, a otros los han echado
de la selva, por el afán de llevarse la madre de los grandes árboles que nos
protegen. Si no se han querido marchar, los han matado, a machetazos o con
armas que escupen fuego por la punta, es muy triste, no puedo más que llegar a
la conclusión de que son personas muy poderosas, ayudadas por el gobierno, eso
es todo cuanto tengo que deciros. De cómo viven y sus costumbres, se me hace
muy difícil explicar nada, de cualquier modo, muchos dirían al oír lo que he
visto que me he vuelto loco.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario