UNA
PARTIDA CUALQUIERA
Ese
día, a las seis en punto de la tarde, nos juntamos los cuatro para jugar al
cinquillo. Una partida de cartas, inofensiva, pero siempre jugamos algún
durillo que otro con el fin de darle aliciente al juego.
No
sé quién va a venir a jugar esta tarde, me es indiferente con tal de pasar el
rato y disfrutar de uno de los juegos que más me gustan, el dominó es la leche,
me gusta más, lo comparto con otros que no son los de hoy, espero. Hemos
llegado al bar del centro y nos hemos encontrado con Francisco, es el que va a
substituir a Damián.
¡Y a
mí que nunca me ha caído del todo bien este Francisco…! pero es lo que hay, nos
saludamos, colgamos las chaquetas en los respaldos de las sillas, y nos traen
el tapete verde y el mazo de cartas. ¿Qué
va a ser señores…? Cada cual pide lo
suyo, lo que quiere tomar, Francisco se hace traer una botella de orujo y un
vasito de chupito. Anselmo y yo nos miramos de manera sutil, alcohol de tanto
grado, en una partida de cartas, que normalmente dura varias horas, no es para
comenzarla con orujo pienso yo. Anselmo piensa lo mismo aunque no dice nada,
somos amigos, y además conocemos a Francisco.
Yo
no digo que sea mal tío, pero donde va, deja huella, en el sentido, que siempre
terminan habiendo discusiones fuertes, en ocasiones acompañadas de amenazas,
que por experiencia algunos lugareños, saben como han terminado, a guantazo limpio.
Y todo o en parte, por culpa del alcohol, es que Francisco bebe orujo hasta
para comer, como si se tratase de agua oye.
No
le gusta el juego, le gustan las discusiones, las riñas, las peleas, por eso no
me ha gustado verlo como substituto, en la partida de hoy. Al rato de jugar y
haber perdido ya cinco duros, comienza a insultar, cuando no es al que reparte,
es al que gana la mano. Empiezo a estar nervioso, ¡y eso que nos juntamos para
disfrutar un rato, para tener unos momentos de relajo! Pero a Francisco eso no
le importa, no tiene familia, tiene en casa a su mujer, que es poco menos que
un mueble y que se dedica a lavar la ropa de las vecinas, en el lavadero
público del canal, allá arriba, en lo alto del pueblo.
Ya
ha comenzado a insultar, pero no creas, insultos que hacen saltar chispas, todo
el mundo le tiene miedo, porque es un
hombre fuerte y alto, siempre se le ve por el pueblo, yendo de acá para allá
con los puños cerrados. No sé como es posible con esos dedos que tiene, que
pueda sujetar las cartas…, creo que debe ser, la rabia del perdedor. El hijo
del pastor, Pascual que tiene solo nueve años, entra a la carrera en el bar y
le dice -todos nos enteramos, porque los
niños no tienen demasiado sentido de la discreción…-, Su mujer dice que vaya a casa, que está
esperando Genaro, que ha venido a cobrar.
Diles
a los dos que se vayan a la mierda, que ahora estoy ocupado. Cuando termine ya
iré. Está tan cabreado, que al hablar,
le escupe en la cara restos de aceitunas y orujo que el niño se limpia con la
manga de la camisa. Sale a toda prisa del bar, dejando tras de sí, el olor de
las ovejas a las que cuida para su familia.
¡Pintan
bastos…! -le digo en voz baja a Diego, al amigo que tengo a mi lado-. Bueno amigos, yo me voy que se me hace tarde,
toca la cena, que mañana he de madrugar. Pago mi café y cuando me acerco a la
puerta, la voz de Francisco tras de mí se escucha como un alarido… Claro te llevas mis doce duros y desapareces
¿no? Me llevo más que tus doce duros, a
estos los he dejado en cueros y no se quejan, el juego es el juego Paco. A mí nadie me llama Paco sin mi permiso ¿me
oyes viejo? Si, te he oído, si quieres
me lo dices otra vez ahí fuera, así todo el pueblo sabrá lo chulo que eres…
¿sales o no?
Ha
resultado, poco a poco, las piernas no le sostienen de pie, se va dejando caer
en la silla, apoya los codos sobre la mesa de mármol, mira de reojo para ver si
he salido del bar, todavía estoy en la puerta, con la mirada clavada en su
cogote, ni respira. Se marcha sin pagar,
llega a la puerta y me pide permiso para salir, se lo doy. Me ha dado las
gracias, ¿por sostenerle la puerta al salir a la calle? Lo sigo con la mirada,
llega a la esquina de la iglesia y cuando va a desaparecer por ella, levanta la
mano amistosamente y me saluda.
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