domingo, 8 de junio de 2014

SACANDO PUNTA AL LÁPIZ.


                           SACANDO PUNTA AL LAPIZ


Cuando iba a colegio de pequeño, le tenías que pedir permiso al maestro para acercarte a su mesa, y poner el lápiz en la maquinilla que estaba anclada a su mesa. Hacías girar la manivela, y ella se encargaba como por arte de magia, de dejar la punta como salida de la tienda, eso sí, consumía la madera que rodeaba el carboncillo central y lo afilaba al máximo posible.
Hago esta pequeña introducción, con el propósito de ilustrar como, con los años, aunque el lápiz sea del todo necesario igual que años atrás, aprendes a prescindir de sacar punta a determinadas cosas, que son menos importantes. Con los años se aprende a usar la memoria, a afilarla como el lápiz que traza, o que la imaginación te regala como si fuera un don divino.
Cuando te vas introduciendo en la vida, cobrando ánimos para tomar iniciativas, y algunas se frustran porque la decisión no fue acertada, porque algo o alguien, se cruzó en tu andadura, se rompe el carboncillo abrazado por la madera, hay que sacar punta de nuevo al lápiz, si solamente se desgasta es lo normal, lo lógico. También entonces hay que volver a renovar su trazo, pero eso es diferente, la vida en sí es un desgaste de fuerzas, eso lo saben los viejos, los que van encorvados por tanto vivir, por tanto sufrimiento como su espalda ha resistido.
Lo ingenuo, es negar que esto suceda, que estás bien siempre, que siempre va uno a continuar como antes. No, de eso nada, no hay doctrina que pueda sostener eso, ni la fe en determinadas creencias, nada puede evitar que tengamos, por una razón u otra seguir sacándole punta al lápiz.
Cuando ya casi no queda lugar por donde agarrarlo, cuando lo sujetamos con la punta de las yemas de los dedos, hasta cuando duele seguir escribiendo con él porque ya está casi extinguido, el lápiz sigue siendo útil. La memoria de nuestras vidas sigue al galope, consumiendo el tiempo en el espacio, y hasta que solo queda ya de ese instrumento, un minúsculo trocito de madera donde agarrarse para seguir escribiendo, el carboncillo no se termina.
Solo quiero añadir con esto, que en casa guardo con cariño, en una antigua caja de puros habanos, decenas de restos de lápices, se me ha ocurrido pensar alguna que otra vez, que si pusiera unirlos todos, tendría un lápiz de varios metros de largo. Para poder escribir de nuevo, toda una vida entera.



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