SACANDO PUNTA AL
LAPIZ
Cuando
iba a colegio de pequeño, le tenías que pedir permiso al maestro para acercarte
a su mesa, y poner el lápiz en la maquinilla que estaba anclada a su mesa.
Hacías girar la manivela, y ella se encargaba como por arte de magia, de dejar
la punta como salida de la tienda, eso sí, consumía la madera que rodeaba el
carboncillo central y lo afilaba al máximo posible.
Hago
esta pequeña introducción, con el propósito de ilustrar como, con los años, aunque
el lápiz sea del todo necesario igual que años atrás, aprendes a prescindir de
sacar punta a determinadas cosas, que son menos importantes. Con los años se
aprende a usar la memoria, a afilarla como el lápiz que traza, o que la
imaginación te regala como si fuera un don divino.
Cuando
te vas introduciendo en la vida, cobrando ánimos para tomar iniciativas, y
algunas se frustran porque la decisión no fue acertada, porque algo o alguien,
se cruzó en tu andadura, se rompe el carboncillo abrazado por la madera, hay
que sacar punta de nuevo al lápiz, si solamente se desgasta es lo normal, lo
lógico. También entonces hay que volver a renovar su trazo, pero eso es
diferente, la vida en sí es un desgaste de fuerzas, eso lo saben los viejos,
los que van encorvados por tanto vivir, por tanto sufrimiento como su espalda
ha resistido.
Lo
ingenuo, es negar que esto suceda, que estás bien siempre, que siempre va uno a
continuar como antes. No, de eso nada, no hay doctrina que pueda sostener eso,
ni la fe en determinadas creencias, nada puede evitar que tengamos, por una
razón u otra seguir sacándole punta al lápiz.
Cuando
ya casi no queda lugar por donde agarrarlo, cuando lo sujetamos con la punta de
las yemas de los dedos, hasta cuando duele seguir escribiendo con él porque ya
está casi extinguido, el lápiz sigue siendo útil. La memoria de nuestras vidas
sigue al galope, consumiendo el tiempo en el espacio, y hasta que solo queda ya
de ese instrumento, un minúsculo trocito de madera donde agarrarse para seguir
escribiendo, el carboncillo no se termina.
Solo
quiero añadir con esto, que en casa guardo con cariño, en una antigua caja de
puros habanos, decenas de restos de lápices, se me ha ocurrido pensar alguna
que otra vez, que si pusiera unirlos todos, tendría un lápiz de varios metros
de largo. Para poder escribir de nuevo, toda una vida entera.
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